Alfredo Ozaeta

Truco o trato

Comparto la opinión filosófica de que cuanto más vivimos, más nos asombramos, a pesar de que muchos pretendan convencernos de que la edad elimina o al menos rebaja la capacidad de asombro. Supuestamente, nos encontramos en una sociedad tolerante con altas capacidades de entendimiento en el respeto y convivencia entre diferentes, al menos es la teoría que desde la política intentan trasmitir. Pero nada más lejos de la realidad cuando uno escucha las tediosas y vacías discusiones parlamentarias en una gran mayoría de los casos.

Actualmente, asistimos al debate para la investidura del nuevo presidente del Estado español para los próximos cuatro años, salvo mociones o adelantos, con guiones ya escritos y reiterativos hasta la saciedad. Nada nuevo, las derechas extremas insultan y mienten sin aportar o buscar soluciones, solo poder. Intentan ocultar su pasado fascista y apelan con nostalgia y añoranza a su eterno comodín, ETA, como si todavía existiese.

La socialdemocracia insulta también y adopta posiciones defensivas, sin deshacerse de su permanente complejo de no hablar claro y ser contundente en clave democrática en defensa de derechos y libertades que mejoren la vida y convivencia del conjunto de la sociedad.

Y entre ambas, una izquierda progresista y soberanista en parte, pusilánime en algún caso, que trata de hacer visible su discurso muy a pesar de que, precisamente, la democracia a la española le mantenga rehén en la incómoda posición de tener que dar su conformidad a opciones que la han ninguneado e incluso agredido y con la duda, más que razonable, de que si a pesar de su apoyo, sus justas y legítimas aspiraciones se verán atendidas.

Son decisiones que hay, y se deben tomar, so pena de inhibirse y flagelarse en el círculo de cuanto peor, mejor. ¿Que existen más alternativas? Cierto, pero con qué grado de fiabilidad y, sobre todo, con qué posibilidades de implantación, éxito o de beneficio para toda la sociedad y para los pueblos con aspiraciones de libertad?

La derecha, tanto extrema como socialdemócrata, tirando de manual fascista en la manipulación y mentira sin escrúpulos, utilizan su rancio ultranacionalismo para agitar y confrontar a la sociedad en un intento de satanizar todo aquel que no participe de su credo.

Llaman de forma peyorativa comunistas, independentistas, etc., a todos aquellos que, no pensando como ellos, entienden que es posible cambiar la sociedad hacia parámetros más justos e igualitarios, donde los derechos, libertades y la solidaridad, junto con el respeto y cuidado del medio ambiente marquen la hoja de ruta de las políticas generales.

Es tal su falta de cultura democrática y su carácter totalitario que no escatiman calificativos para intentar denigrar al adversario dotando de alarmismo a algo tan saludable y democrático como es poder decidir su futuro en la mejora de la convivencia.

Esgrimen la amnistía para condenados y aquellos con causas pendientes o delitos de secesión como una concesión o transgresión de su sacrosanta Constitución, que también hay que recordar que fue rechazada mayoritariamente en algunas comunidades. Vamos, un anatema, pero de los que su sistema esta tan habituado a sortear en función de quien se trate.

Lo cual ya indica que es necesario modificar el tramposo andamiaje jurídico-constitucional que castiga el simple hecho de ejercer un derecho en democracia, dándole carácter de delito y que gran parte de Estado español asume, creando de este modo una ficticia e injustificada alarma social a cuenta de un sobredimensionamiento mediático sin precedentes.

Por otra parte, no deja de ser irónico que la decisión de investidura del nuevo presidente la ejerza un jefe de Estado en la figura de rey, proponiendo al candidato a la Presidencia del Gobierno previa consulta con los representantes designados por los grupos políticos con representación parlamentaria según reza el artículo 99 de su constitución. Solo pensar que un señor al que nadie le ha elegido, heredero del nominado por un dictador en base a fundamentos anacrónicos y de bragueta, y cuyo pedigrí democrático habita en los Emiratos, genera las dudas suficientes acerca de la salud de la democracia española.

Se acerca el final de octubre y la celebración de la fiesta de cultura celta, Halloween, en países como Inglaterra, Irlanda u otros nórdicos donde se veneraba a los muertos y sus espíritus, pero que como otras muchas tradiciones ha sido patrimonializada por EEUU para llevarla a lo absurdo y convertirla en un espacio festivo consumista, en base en solicitar regalos o dádivas a través de la insulsa frase de «truco o trato», dentro de una parafernalia en las antípodas de sus orígenes.

Confiemos que la posible coincidencia en las fechas no convierta la negociación para la investidura en una farsa más de las muchas adoptadas e importadas de «yanquilandia» con las que continuamente siguen asombrándonos.

Como pueblos pequeños, Catalunya, Euskal Herria, Galiza..., con vocación, deseos y argumentos de derecho, culturales e históricos más que sobrados para decidir nuestro futuro y con todavía secuelas irresueltas de conflictos recientes: reconocimiento y reparación de todas las víctimas sin distinción de sesgo político, solución inmediata a la situación de los presos, refugiados y deportados políticos con la vuelta a sus hogares, y la implementación de medidas democráticas para su no repetición, no queda otra opción que la defensa de la democracia para seguir avanzando en la construcción del futuro en libertad para todas. Eso sí, sin trucos.

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