Una casa para todas
«En contextos de crisis, poner a pelear al último contra el penúltimo funciona a favor de los intereses de quienes tienen el poder económico en sus manos. En estos enfrentamientos, el odio y el miedo hacia las personas migrantes crecen; enfrentamientos alentados por aquellos sujetos a quienes les interesa esta subasta de cuerpos con menor valor. Al sindicalismo, si pretende tener la suficiente fuerza transformadora, le queda revertir esta situación y construirse desde el antirracismo. Necesitamos un sindicalismo de clase, feminista y antirracista porque necesitamos estar juntas y organizadas para sostener nuestras vidas de las embestidas del capital en todas las parcelas de lo cotidiano» (Pastora Filigrana).
El embate de la extrema derecha nos ha pillado de lleno. El fascismo ha puesto en el punto de mira a todo lo que se considera como «otro»: todo cuerpo, territorio, pueblo y comunidad por fuera de sus límites preestablecidos.
Ignorancia e inquietud, nerviosismo y preocupación, miedo y odio. Esta mezcla tan complicada como peligrosa es la sensación constante del ambiente que se percibe en nuestras calles.
También en Euskal Herria hay racismo que se combina con desigualdad; y son una amenaza que recorre nuestros barrios, pueblos, instituciones, centros de trabajo y cerebros. Y es que todos los ámbitos secuestrados por las largas garras del capital llevan el racismo en su ADN.
Sobre todo las personas migradas y racializadas de la clase trabajadora que llegan de países más empobrecidos se ven condicionadas por un proceso administrativo lleno de dificultades y trabas burocráticas que les impide acceder a unas condiciones de vida dignas. Esto es, entre otras cosas, la función de la ley de extranjería o la imposición del llamado Tratado Europeo de Migración y Asilo.
Las diferentes instituciones jurídicas y legales que nos rodean no son espacios neutrales, contribuyen a provocar una mayor vulnerabilidad e indefensión de las personas expuestas a situaciones más desfavorables.
No podemos mirar hacia otro lado. Como vecinas nos corresponde la apertura, el reconocimiento mutuo y el deseo de escucha, la capacidad de adaptación, la voluntad de liberarnos de privilegios y el compromiso de salir de las zonas de comodidad. Queremos vivir juntas y construir juntas nuestro País y nuestra nación. Eso no puede ser solo que quienes vienen aquí aprendan o se «adapten», sino que implica también aprender de ellas y ellos y de lo suyo, de recibir y dar de ambos lados para que, de cara al futuro, juntas y entre todas construyamos algo nuevo.
Por parte del Gobierno y de las administraciones correspondientes falta voluntad política y valentía para implementar medidas concretas que frenen de raíz las causas que originan el empobrecimiento de cada vez más personas y que combatiendo la emergencia residencial implementen medidas concretas que garanticen el ejercicio del derecho de todas y todos a acceder a una vivienda en condiciones dignas.
Queremos decir claramente que, al margen de interpretaciones frágiles y de manipulaciones interesadas, la seguridad con mayúsculas que nos gustaría reivindicar es la que proporciona la estabilidad de unas condiciones y garantías materiales mínimas para que todas las y los trabajadores tengamos una vida vivible.
Bajo el pretexto de una supuesta inseguridad, hemos visto manifestaciones multitudinarias de vecinas de muy diversa procedencia que dan fuelle a actitudes racistas y xenófobas en distritos como Trintxerpe en Pasaia o en el barrio donostiarra de Egia, conocido por su gran diversidad cultural. Y los vivimos con preocupación.
En estos momentos, el límite de lo posible y lo políticamente correcto se mueve hacia la derecha. Esto es muy peligroso. Se «toleran» cada vez más cosas impensables. Así no solo se recortan derechos fundamentales que hemos conseguido combatir, sino que se refuerzan discursos de odio que, basados en ese rechazo a lo «otro», naturalizan en nuestro cotidiano formas de fascismo, xenofobia, racismo, islamofobia, gitanofobia... La o el pequeño racista que llevamos dentro aflora como nunca, en las vecinas, a pie de calle. Cuidado con esto... No caigamos en esa trampa. Es lo que quieren. El capital se lucra creando desunión entre las clases populares.
Tenemos claro que, desgraciadamente, los valores retrógrados y reaccionarios sirven para ofrecer respuestas rápidas y cómodas al miedo y al malestar. Más que renunciar a los privilegios y hacer frente a los que aplastan nuestros derechos, a muchos les resulta más cómodo competir con quien se encuentra en una situación más precarizada e indefensa. Esta es la cultura que ha nutrido el fascismo, pero nosotras no estamos dispuestas a renunciar a dar la batalla. De abajo a arriba, señalar el origen de la situación y los verdaderos responsables es imprescindible para que las personas trabajadoras y los amplios sectores populares no nos traguemos el señuelo del racismo.
Por eso, más que nunca, queremos enviar un caluroso abrazo antifascista, de palabra y de acción, a las compañeras y agentes que están trabajando para que nuestro pueblo sea un Pueblo de Acogida Real y, especialmente estos días, a todos los voluntarios de Kaleko Afari Solidarioak (KAS) que están expresando su incansable compromiso por una Donostia que no va a dejar a nadie atrás. ¡Estamos con vosotros y vosotras! ¡La solidaridad no es delito!
El [nuestro] nuevo sindicalismo de contrapoder, feminista y antirracista es el antídoto para combatir todo este veneno que nos han inoculado, es el instrumento para transformarlo todo.
En LAB, desde nuestro lugar y posición, luchamos por vidas y empleos dignos para todas las personas. Queremos que LAB y Euskal Herria sean una casa para todas y, en esa dirección, estamos con el compromiso firme de (des) aprender juntas desde la práctica. Nos vemos en las calles. ¡Viva KAS! ¡La solidaridad es la ternura entre los pueblos!