Jesús Mari González Lomillo
Ongi Etorri Errefuxiatuak

¡Una flotilla vasca por la solidaridad, ya!

El Open Arms y su hermano, llevan una carga de personas recogida en situaciones de obligado salvamento. Un día y otro más, esos gobiernos de pacotilla –que todo lo tienen– han tirado las llaves al mar.

Mediterráneo, de tránsito forzoso y de orquídeas para la larga lista de seres humanos olvidados en el fondo del mar, está ante la herrumbre continuada de la Convención Europea de los Derechos Humanos. Unos países u otros, vecinos o alejados geográficamente, con capacidades blindadas en sus ¿constituciones?, con gobiernos temporales y de ocasión –sancionados por una ciudadanía, por lo general pasiva, que se desplaza de modo voluntario y sin restricciones por los espacios territoriales propios y ajenos por muy diversos motivos, en cualquier momento– son alérgicos a abrir las puertas de sus puertos a las almadías de la solidaridad en forma de barcos sin bandera de conveniencia.

El Open Arms y su hermano, llevan una carga de personas recogida en situaciones de obligado salvamento. Un día y otro más, esos gobiernos de pacotilla –que todo lo tienen– han tirado las llaves al mar, barriendo de un plumazo la necesidad de que unas decenas de seres humanos en situación de desamparo –no por voluntad propia– sean considerados víctimas necesarias que justifiquen el que aquí no caben todos, ante una platea con graves problemas de diglosia solidaria.

Un señor ajeno a esta realidad brutal –R. Gere– se ha presentado por cuenta propia, acercando alimentos y ánimos, a un lugar en medio del mar, donde siguen flotando a la deriva y mientras los vientos del sentido común no soplen a favor. Es una vergüenza colectiva y una prueba irrefutable de que los Convenios de Derechos Humanos están para incumplirlos. La vida de unas decenas de personas sin visado, estén en la lista de espera del espacio de tránsito forzoso de un mar lleno de sargazos administrativos, políticos y policiales: Frontex, está de vacaciones. Los cónsules temporales locales –Salvini, Sánchez, Macron... son unos perlas finas, que lo acreditan con su: «vuelva usted otro día con visado, efectivo suficiente y billete con fecha de vuelta»–.

¿Qué hacer? ¿Una flotilla de solidaridad social que se dirija hacia ambos barcos con alimentos, apoyo humano, sanitario…?

¿Sin necesaria autorización previa para navegar en aguas comunes… de unos gobiernos timoratos e irresponsables? Han vendido por unos cuartos sus «emblemas en Derechos Humanos» adulterados previamente con material tóxico de control policial/militar para aplicarlo a las víctimas de las inclemencias armadas o civiles cercanas, que siguen provocando víctimas por decenas de miles.

Al mismo tiempo, en la otra cara de la moneda, se vanaglorian de recibir a tanto alzado: ¿80 millones de transeúntes al año, sin despeinarse? Pero ni el Sr. Sánchez, aparte de los réditos políticos amortizados del extinto Aquarius, firma una simple autorización administrativa de ¡Larguen velas, ya!, ni tampoco el Sr. Salvini, facultativo en ejercicio de políticas pronazis del exclusivismo propio: inmigrantes e indigentes, y gitanos, fuera.

En el País Vasco –en esta especie de reserva de buenas intenciones– el señor Urkullu, amaga con declaraciones previas de «Ongi Etorri», pero, con letra minúscula. Apruebe, usted, señor Urkullu, en nombre del pueblo vasco– con larga experiencia probada en materia de emigrados e inmigrantes– una disposición a fin de ¿animar, sugerir, ordenar, abanderar, la puesta a punto de una flotilla de solidaridad activa en 48 horas…? que se dirija a toda vela a transbordar a unas decenas de personas en máximo riesgo de exclusión y desamparo. Es hora de no ponerse en la sombra. Es hora de dar la mano a esas decenas de seres humanos, que a punto han estado de sumarse a los más de 30.000 sacrificados bajo la bandera de la Convención de los Derechos Humanos en la Unión Europea de las vanidades.

Aski da!

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