Iñaki Uriarte
Arquitecto vasco

«Urbarizar», «prebaricar»

El espacio público diáfano, como protagonista no como pretexto manipulable, ahora más necesario que nunca, no puede ser el escenario usurpado como remedio a la recuperación económica de la hostelería con sus extensiones incontroladas.

De acuerdo a un hipotético diccionario social, «Urbarizar»: Urbanizar para los bares. «Prebaricar»: Preparar irregularmente la normativa para los bares. Un término es consecuencia del otro. Estos neologismos que utilizo desde hace ya una década y he expuesto en jornadas, conferencias o actos sobre urbanismo y espacios públicos adquieren en la actualidad un importancia vital para la ciudadanía en su condición de sujeto de la vida urbana, de peatón.

El ágora, el foro, antaño y posteriormente la plaza, han sido históricamente el núcleo de la población, el lugar del comercio muy significativamente en las ciudades portuarias o en las que se celebraban ferias que incluso dieron nombre a estos lugares. Asimismo, en el lenguaje cotidiano plaza es sinónimo de mercado de recinto de compra de productos básicos locales habituales para el sustento humano.

La urbe en su dimensión más pública, la plaza y la calle es un terreno de disputa. El vecindario que ya sufrió en los años setenta de desarrollo incontrolado, de restricciones de sus ámbitos de movilidad, principalmente las aceras de ciudades para otorgar mayor fluidez a la circulación rodada, toleró aquel recorte en parte por la represión política y quizá porque también era conductor y hacía falta fluidez y aparcamiento. Pero posteriormente las teorías urbanas surgidas de la sociología más acordes con la movilidad y el medio ambiente y la situación en las ciudades avanzadas en ecología urbana le despertaron de su indiferencia y empezó a recapacitar.

El espacio público es parte del espacio urbano, un ámbito esencial de la urbe, ciudad o pueblo, la génesis de la relación social, escenario de la cohesión y especialmente desde tiempo reciente de integración de personas inmigradas de otras culturas diferentes. Por su condición de lugar colectivo, compartido y democrático es un bien popular, un patrimonio espacial social irrenunciable del ser humano como ciudadano para su esparcimiento y espontaneidad en el ocio. Bajo ninguna circunstancia es una superficie de terreno mercadeable.

Esta riqueza que ofrece la adaptación, artificialización o urbanización coherente y respetuosa del territorio próximo o la naturaleza se expresa tradicionalmente en forma de calle, paseo, plaza, jardín o parque de múltiples formas. Un lugar público caracterizado y cualificado por su emplazamiento y dimensiones, accesibilidad, y funcionalidad, historia y el entorno que lo singulariza. Constituye un síntoma del carácter y calidad de vida de una comunidad en su sentido cívico, adquiriendo en ocasiones un sentido sumamente representativo del lugar cuando no simbólico.

Por todo ello la sociedad debe concienciarse de que se trata de una indimensionable riqueza espacial y recurriendo a su autoestima ejercer el derecho no solo de uso y posesión si no de apropiación de estos lugares comunes de propiedad colectiva. Es preciso socializarlos sin que sean convertirlos en emplazamientos de consumismo frente a las pretensiones colonizadoras de privatización.

Lo escasamente recuperado, apenas ganado, durante años de reivindicación constante no puede, no solo perderse si no retroceder ante la invasión de los recintos urbanos que casualmente casi todos los ayuntamientos de cierto tamaño de Euskal Herria están preconizando. Un inaceptable sumisión al cartel de la hostelería, más consumismo y mayor alcoholización del espacio publico, un peligro para la salud pública. Si agresivo es el botellón juvenil nocturno, también lo es el pijo poteo diurno, la permanente a lo largo del día exhibición consumista, incluso clasista, de los bebedores empedernidos en su doble cita diaria incordiando en la vía pública junto a la puerta de bares, ventanas barricas y repisas ilegales. Basta de «prebaricación».

Este libertinaje en el bebercio en el espacio publico viene amparado por un Gobierno vasco mediante el Departamento de Seguridad sin ideales fundamentales que contradice valores esenciales para la salud como la alcoholización con todas sus graves secuelas, cuando legisla normativas tan contraproducentes como el Decreto 119/2019, de 23 de julio, de modificación del Decreto que aprueba el Reglamento de desarrollo de la Ley de espectáculos públicos y actividades recreativas. 

En el se proclama: «artículo 35.1. Está prohibida la consumición de bebidas en el exterior de los locales a partir de las 23:00 horas, sin perjuicio de las ampliaciones del horario general contempladas en el párrafo 8 del artículo 32. No obstante, cada ayuntamiento puede establecer limitaciones superiores mediante ordenanza municipal».

Y para aumentar el grado de impregnación alcohólica, facilita el régimen de tolerancia con el Artículo 32. Horario general.

8. El horario general de cierre de los establecimientos y de finalización de otros espectáculos o actividades se incrementará acumulativamente, en los siguientes casos:

a) Una hora y media los viernes, sábados y vísperas de festivos.

b) Media hora desde el 1 de junio al 30 de setiembre.

c) Dos horas como máximo por autorización municipal conforme a lo dispuesto en el artículo 37 de este decreto.

Esta rendición a la hostelería para que su parroquia acapare el espacio público bebiendo es de naturaleza tribal, una vergüenza nacional, un atentado a la convivencia y la urbanidad.

Terraza

Ante todo debe definirse con la máxima precisión qué es una terraza dada la generalización y adulterización del término. Según definición del diccionario de la lengua española, en la que esta redactado este escrito, «Terraza. Terreno situado delante de un café, bar, restaurante, etc, acotado para que los clientes puedan sentarse al aire libre».

Entendemos por tanto que definido su ámbito espacial y funcional, en lo concreto, terraza es un grupo de sillas entorno a una mesa y en algunos casos protegidas por una sombrilla o si están adosadas a la fachada por un toldo, que se retiran al final de la jornada, nada más. El resto de elementos, demasiado habituales, mamparas laterales, cubriciones, quemadores, aire acondicionado, convierten estas instalaciones en micro arquitecturas que están sujetas al suelo, son ampliaciones del establecimiento y especialmente cuando están dotadas de mueble office para platos y otros utensilios, cafetera, frigorífico, fregadero y se sirven comidas. Por lo que en realidad estos aumentos de superficie cerrados significan una edificación invasiva en el espacio público que incluso alteran, incrementando, los parámetros urbanísticos y efectos fiscales.

Espacio libre urbano, no a la ampliación de las terrazas

Dada la pretensión anunciada de compensar el tiempo de cierre por el virus con un aumento de las llamadas terrazas, ante esta sutil agresión espacial a la ciudadania es preciso una contundente reacción. Inicialmente se supone que como una modificación de la ordenanza que regula esta situación, de algún modo una reforma de la normativa urbanística de cada municipio, que debe ser sometida a información pública, por la tan recurrida alusión a la participación ciudadana, un simulacro democrático. Es el momento de la reacción contraria, ganar más espacio para la ciudadanía.

La sociedad no puede iniciar un futuro inmediato como hasta hace unos meses con este prolongado y dudoso modo de vida de consumismo y desarrollo sin límites que es rotundamente contrario a la sostenibilidad y salubridad. Ha llegado el irreversible momento de ejecutar la soberanía popular, la calle es un dominio popular, compatible con la libertad de mercado pero que prioriza otros valores que afectan al ser humano. Las ciudades deben crear lugares y escenarios de satisfacción social, de felicidad espacial, sin necesidad de que sus habitantes deban hacer desplazamientos.

Esta pandemia en los países más ricos económicamente, que no adelantados cívicamente, obligará a una revolución humana del modo de vida presente en muchos aspectos. El espacio público diáfano, como protagonista no como pretexto manipulable, ahora más necesario que nunca, no puede ser el escenario usurpado como remedio a la recuperación económica de la hostelería con sus extensiones incontroladas. No rotundo a la ampliación de las terrazas, sí a la reducción.

Un gremio tan primario, en general no básico, ni servicios indispensables que poco aportan a la sociedad por numeroso y relativamente popular que sea. Incluso corporativamente hay otras muchas asociaciones y oficios, talleres de todo tipo, comercios especializados, librerías, etc. en los que la venta o reparación de sus productos ademas de un modo de vida son objetos producidos que ofrecen un apreciable valor añadido al cliente. También la industria, la construcción y la obra pública tienen miles de trabajadores y en situación mucho más peligrosa y precaria.

La sociedad vasca sensata, concienciada está obligada a organizarse con eficacia y contundencia para no retroceder ni un metro cuadrado de nuestro primordial derecho a la defensa y libre uso del espacio público: no a la «urbarización».

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