Cecilio Rodrigo

«¡Ven!»

¿Con cuántos tonos puedes decir tú «¡ven!»?

Imagínate que vas por la calle con un amplio paraguas que te cobija bien de la intensa lluvia. Alguien camina a tu lado empapado, aterido con el chaparrón que cae. Sigue desde la impasible nube la lluvia fría y tú dices bien alto: ¡ven!

Ahora, mientras lees estos renglones comprendes enseguida que este «¡ven!» recién dicho por ti bajo la lluvia es muy distinto al «¡ven!» de la expresión: «¡Ven aquí, cojones!», muy distinto al «¡ven!» de la canción: «si tú me dices ‘¡ven!’, lo dejo todo».

A poco más que sigas pensando encontrarás millones y millones de «¡ven!» distintos. «¡Ven!» puede ser un susurro, una orden implacable, una modesta sugerencia, un chillido impertinente, una dulce promesa, el anticipo de un premio, un chantaje, una amenaza, una cameladora oferta, un gemido solicitando ayuda, una señal de amistad, de amparo, de consuelo, de solidaridad, de fraternidad, de recompensa, de reconciliación, un grito de alegría, un canto alegre invitándote al baile, a la pelea y/o al sosiego....

Palabra de solo tres letras: «v-e-n», un monosílabo, un breve símbolo sonoro, un chorro de voz, una canción fugaz, puede enviarte muchos, muchísimos mensajes distintos.

«¿Cuántos pueden ser esos muchísimos?».

«Yo calculo que 8.000.000.000, ocho mil millones por cada segundo, tantos como personas viven ahora en el mundo».

«¡Parecen muchos!».

«¡No, en el universo entero hay muchísimas más estrellas!».

«¿Y aún así logramos entendernos entre tantos mensajes?».

«A trancas y barrancas. Nos pasa lo mismo con todas las palabras, con todas. En la dicción y comprensión de cada palabra hay multitud de posibilidades. Una misma palabra, dicha por ti, es distinta si la digo yo, y ambas dos también son distintas de cada una de las 8.000.000.000 tonalidades con las que esa misma palabra puede saltar a la vida en cada segundo. Por eso es conveniente precisar, especificar, delimitar o definir las palabras. Por eso y para que no se esfumen en el aire aprendimos a escribirlas, por eso redactamos contratos, normas, reglamentos, disposiciones, apartados, leyes, artículos».

«‘Scripta manent verba volant’».

«Para que las palabras no vuelen y se esfumen en el aire, para que permanezcan, las dibujamos, las imprimimos, las grabamos, las cincelamos, las copiamos en papiros, en tablillas de barro, en placas de cobre, en piedras lisas, en ánforas, en postales, en el presumido y perenne mármol de los bancos, en el presumido y perenne mármol de las lápidas de los mausoleos, en la arena de la playa, en anillos de oro, en las cortezas de los árboles, en los libros, en las cartas, en las paredes de tu calle: ‘yo x ti’, en la piel, en las camisetas, en los emails».

«Los contratos se escriben y se firman ante notario o ‘notaria’ porque no nos fiamos, si fuéramos ‘de palabra’ no serían necesarios».

«Los notarios anotan en sus libros las condiciones de los contratos para poder verificar su cumplimiento. ¿Tú sabes qué significa ser ‘de palabra’? Significa que eres un individuo que cumple la palabra dicha o dada. En vasco hay un dicho que dice: Gehiago da hitz betea mila irudi baino».

«¡Si me lo traduces!».

«Vale más una palabra cumplida que mil imágenes».

«Las palabras se las lleva el viento».

«Ya, por eso los notarios las escriben, las anotan en los libros. Las palabras posibilitan los contratos. Sin palabras, sin ‘hitzarmenak’, sin contratos, sin tribunales no habría sociedad, sería el caos, sería la guerra de todos contra todos, sería la in-civilización, la barbarie, la crueldad, la estulticia».

«Con esas palabras estás dibujando lo que nos ocurre en la sociedad actual».

«Sí, pero ahora tenemos unos nuevos reyes magos que no cumplen ninguna palabra ni ninguna ley ni hablada ni escrita ni cincelada. Los nuevos reyes magos tampoco respetan la Declaración Universal de los Derechos Humanos ni los dictámenes de la ONU. A la ONU la tienen amordazada con su indecente privilegio que llaman: ‘derecho’ de veto. Hacen lo que se les pone los cojones. Son los dueños de todo. También del significado de las palabras. Los nuevos reyes magos quieren camuflar el significado de cada vocablo, de cada grito, de cada palabra. Por ejemplo: a todo lo que hoy nos está pasando −con el descabellado aumento de los gastos militares masacran Ucrania, apoyan el exterminio del pueblo palestina−, y a todo ello lo llaman: ‘defensa del mundo libre’. Así ‘tan ricamente’, cada día, en todas las teles, radios, periódicos y redes».

«Mientras tanto oímos y repetimos resignados y acojonados, eso de: «¡Es lo que hay! ¡Así es la vida! ¡Como no te defiendas, enseguida crías malvas!».

«Mientras tanto sobrevivimos. Sobrevivir jodida, triste y malamente. Haces caso al camionero del sexto. Sí, sí, el padre de Eduardo que fue el que te dijo: ‘Al salir de casa, ¡no te fíes ni de tu padre!’. Nada más pisar la calle, tú mismo o tú misma, te colocas las ‘concertinas’. Pisas la calle y caminas desde tu portal y ya llevas las concertinas puestas en la mirada. ¡No mires a los ojos a la gente! ¡No mires a la cara! ¡No mires a los ojos! Porque hieren, porque duelen. ¡Ponte gafas oscuras! ¡Mira a las pantallas! ¡Haz lo que hace la doctora, el doctor, en el ambulatorio! ¡Mira a la pantalla, no mires a los ojos! ¡Mira a los glúteos de las personas! Es lo que está de moda».

«¡Nos han robado todas las palabras!».

»No todas, aún nos quedan dos».

«¿Qué dos?».

«Sumisión o insumisión».

Ez adiorik!

Buscar