José María Pérez Bustero
Escritor

¿Vendemos bien?

Nos aproximamos a un nuevo periodo electoral ante el que, también la izquierda abertzale, dice Pérez Bustero, debe afrontar la tarea de «ofertarnos». Y para esa tarea, el escritor propone reflexionar sobre la eficacia de la venta a realizar, al más puro estilo comercial porque «por muy genuinos que sean nuestros productos, ninguno se vende solo». Estudiar la tipología de los «consumidores» y de los productos supone solo el inicio de esa estrategia.

Ya tenemos encuestas sobre intenciones de voto de cara a las elecciones del 15 de mayo. Datos decisivos para los partidos políticos que, a su luz, deben diseñar ofertas, eslóganes y asaltos a los demás. La gente abertzale no ponemos el mismo afán en ese parque jurásico pues el ímpetu que llevamos en el cuerpo se centra en reconstruir el pueblo vasco. Y nos inmerge a diario en dos tareas básicas que se completan, y que no se limitan a unas fechas. Denunciar-responder a la agresión que sufrimos y desplegar nuestra oferta de país.

Respecto a la denuncia hay que subrayar que de ella hemos surgido y en ella nos mantenemos. Somos conscientes de que el pueblo vasco ha sido agredido durante dos mil años y que esa agresión continúa hoy. ¡Dos mil años! A la invasión y penetración romana siguieron los ataques de godos y francos, luego los embestidas de los emires y califas musulmanes, posteriormente las guerras de los reyes castellanos, el centralismo de los Borbones, los ataques de la revolución francesa en Iparralde, los regímenes militares en Hegoalde, para concluir con el aparato represivo de los sucesivos gobiernos de la transición, y el chauvinismo de París. Hasta hoy. Así que la gente abertzale miramos cada una de las fases de ese proceso como explicativas de la actual, y no podemos menos que evidenciar esa agresión-colonización-sadismo heredados y actualizados. La denuncia pertenece a nuestro lenguaje cotidiano, a nuestra prensa, a nuestros boletines internos.  

Desarrollar nuestra oferta de país es la otra ladera de esa misma energía. Ahí están las premisas originarias. «Independiente, socialista, euskaldun». Es cierto que, en estos últimos años, estamos en período de reciclar ese lenguaje. Darle concreción. Eso conlleva su puesta al día y ajuste en muchos campos. También en nuestra oferta electoral. Pero ¡ojo! no caemos en la dinámica de los partidos inmersos en el sistema. Los grandes partidos y los organismos empresariales y políticos son «vendedores». Tienen a lo ancho del mundo enormes estructuras de supermercados, donde ofertan interpretaciones de la política y economía a nivel mundial, propuestas de estado, y sistemas de venta, producción y consumo. A la vez, montan mercados menores y tiendas a niveles regionales, que venden productos urbanos fotogénicos, campos de fútbol, aeropuertos, o trenes de alta velocidad. O interpretaciones concretas referidas a la identidad nacional o racial de la población. Así alimentan a su clientela.


No somos como ellos. Es cierto, sin embargo, que esa abundancia de ventas y comercios nos obliga a elaborar con el mayor acierto nuestra oferta. Tal vez debiéramos incluso quitarnos la fobia al concepto de «vendedores». En definitiva, aunque nos definamos como gente capaz de sufrir, trabajar, luchar por ideales y estar enamorados de Euskal Herria, nos movemos en una sociedad en que el mercado, la tienda, el producto de la política deben tener aspectos concretos, y ser lo más visibles posible, so pena de sonar a  música celestial.

Cabe incluso intuir que, si miramos tranquilamente dicho vocablo y su concepto, nos hará funcionar con un realismo muy acertado. O hasta necesario. Nosotros no somos un vaticano a la vasca que propone dogmas, tiene un calendario de mártires y santos, y distingue entre justos y pecadores. Nosotros también ofertamos. Y, por muy genuinos que sean nuestros productos, ninguno se vende solo. Tampoco presentamos dichas ofertas en el firmamento donde la gente no puede menos que echar un vistazo. Ofertamos a pie de calle donde la vecindad mira, pasa de largo, o decide si la oferta le conviene.  


Desde luego, puestos en ese papel, nos toca reconsiderar el tino de nuestras ofertas y nuestra habilidad como vendedores. Vamos a mirarnos en un espejo y analizar cómo hacen los comerciantes habituales. Varios puntos. Primero, estudian las necesidades de los posibles consumidores. Diferencian, por ello, los compradores de este o aquel barrio, o pueblo, o zona. Luego seleccionan los productos adecuado según  zonas y sectores. Seguidamente deciden su presentación, la decoración de la tienda, desde el escaparate hasta las estanterías y la luminosidad. Luego, la expresión y actitud que han de tener los empleados. Asimismo, redactan con mucho tiento los eslóganes y titulares de presentación. Una vez que está en marcha la venta, examinan la respuesta de los compradores, y rectifican, si procede, la estructura de la oferta.

Sigamos el paralelismo para ver qué pasos hemos de dar. En primer lugar, estudiar la tipología de los «consumidores». Quiénes y cómo son. No simplificarlos en abertzales, nacionalistas, conservadores. Hemos de anotar sus necesidades. Trabajo. Vivienda. Educación. Salud. Igualdad de roles no sólo entre hombres y mujeres, sino entre todo tipo de personas aunque les adjudiquen el síndrome de Down. Tendremos en cuenta asimismo si tenemos la tienda en zona urbana o rural, en la cuenca del Ebro, o del Adour y costa. No sea que pongamos una tienda de tablas de surf en Ablitas.

En segundo lugar, analizaremos los productos a ofertar. Dejar claro que no tenemos en las manos magia para todas las necesidades, ni somos el Cristo que dio de comer a cinco mil personas con cinco panes y dos peces. Nuestra oferta debe ser concreta y progresiva. Empezar creando las condiciones para que todos los ciudadanos participen en las tomas de decisiones; una fiscalidad de acuerdo a los ingresos y patrimonio; el gasto público que atienda sobre todo a las necesidades de la entera población; un urbanismo que descentralice la ciudad; interrelación de zonas y territorios vascos, dotar de recursos para el aprendizaje y uso del euskera sin imponerlo: capacidad de decidir sobre nuestra emancipación como pueblo. Y, asimismo, una gran relación y comprensión de otros pueblos.

En tercer lugar miraremos la disposición del escaparate. No pondremos vitrinas y estanterías vestidas de ideología «abertzale», con ADN identitario, sino como bienes de todos, como un superar el «yo» con el «nosotros», formar un País Vasco que no es puro ni perfecto, pero que necesita de todos.


En cuarto lugar, hemos de redactar los eslóganes. Los titulares. Todos somos vecinos, tronco, ramas, hojas, raíces de esta tierra. Un País en fase de búsqueda. Que no excluye a nadie. Gente que no simplifica su realidad. No necesitas enamorarte de esta tierra, solo ten claro que ella te necesita. Un pueblo que indaga y ama a otros pueblos.

En quinto lugar hemos de elegir o formar «empleados», o sea, caras y voces y representantes que sean acogedores en su expresión, actitud y lenguaje. Que no muerdan, aunque tengan mil razones para hacerlo. Que no pongan a parir a otros comerciantes. Que no sean eternos ni residan en podios sino que vayan de acera en acera.

Finalmente, quedará la tarea de inspeccionarnos un día y otro. La revisión como un mecanismo de limpieza, engrase, cambio de piezas. Sin reciclaje o sin pasar el aspirador, la casa se te llena de basura. Aunque le llames hogar. Echando cada tanto una mirada lenta, tranquila y a la vez profunda y aguda hacia nosotros mismos, de modo que midamos con clarividencia y sencillez cómo somos, cómo hablamos, qué función tenemos o debemos tener.

¡Por dios bendito, cuánta labor! Si dan ganas de quedarse en el sofá. O desistir. La jodienda es que no hay mayor satisfacción que la de sentir pasiones, y no envejecer en deseos.

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