Jesús Valencia
Internacionalista

Venezuela, de Morillo a Borrell

La UE, sin criterios propios y con excesivas dependencias, está simulando respecto a Venezuela una falsa neutralidad  que siempre termina respaldando a Washington

Jon Bolton, el que fuera mano derecha de Trump para derrocar a Maduro, acaba de escribir un jugoso libro. Cuenta en él que desde el primero momento se dio cuenta el «Emperador» Donald de la blandenguería de Guaidó. En eso tenía razón: le avala año y medio de clamorosos fracasos sin más éxitos del Intruso que los que otros compinches le regalan.

La UE, sin criterios propios y con excesivas dependencias, está simulando respecto a Venezuela una falsa neutralidad  que siempre termina respaldando a Washington. No fue la primera en reconocer a Guaidó, pero sí la segunda. Acudió al Foro de Dialogo que promovieron México y Uruguay, pero se dedicó a reiterar las tesis norteamericanas. No inició la política de sanciones a Caracas,  pero las está aplicando desde hace tres años. Apoya a la Corte Penal Internacional, pero guardó silencio cuando Trump la denigró. Rechaza la violencia como arma política pero consintió que desde la Embajada española en Caracas se organizara la fracasada intentona golpista del 3 de mayo.

Trump sigue utilizando el penoso servilismo de la UE pero no le basta; quien más consigue, más quiere. Su tiempo preelectoral se agota y en el matorral de Venezuela está encontrando más arañazos que arañones. Para salir airoso de semejante atolladero, ha vuelto a recurrir a sus colaboradores europeos. Conocedor de sus debilidades y fidelidades, les ha exigido que intensifiquen sus acometidas contra el proceso bolivariano y Europa no se ha hecho de rogar. Gran Bretaña ha ofrecido al Impostor el oro que le confiara el Gobierno de Caracas.  Bruselas se ha condolido de la emigración venezolana sin mencionar las sanciones y bloqueos que la han provocado. Deslegitima sin razones a Maduro, a la Asamblea Nacional Constituyente y al  Consejo Nacional Electoral. Tras insistir hasta el hartazgo en la necesidad de unas elecciones legislativas, las descalifica seis meses antes de que se celebren. Y, puesta a castigar, la UE ha sancionado a miembros de la oposición que no son chavistas pero que se han desmarcado del cerrilismo yanki.

Quien encabeza la nueva acometida europea es Josep Borrell. El alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad es conocido por su furia anti catalanista y por su obsesión anti bolivariana. Me trae a la memoria a Pablo Morillo «el Pacificador». A comienzos del s. XIX, los grandes de Europa se reunieron en Viena (octubre de 1814) para acordar una estrategia común. No podían consentir convulsiones sociales ni sarpullidos independentistas. Pablo Morillo tomó a pecho la encomienda de la Santa Alianza y se lanzó a la mar con 64 navíos y 15.000 hombres. El predecesor de Borrell tenía pensado arrancar en un plisplas los cardos independentistas que estaban brotando en el Nuevo Mundo. No le salieron las cosas como suponía. Tras sucesivas derrotas, Simón Bolívar le aconsejó al arrogante  don Pablo que regresara por donde había ido (Tratado de Regulación de la Guerra); le hizo caso el vapuleado Morillo. Sus desmoralizadas tropas fueron derrotadas definitivamente en la batalla de Carabobo (24.06.1821) y Venezuela se proclamó nación libre.

Ahora que Borrell está metiendo las zarpas en Venezuela, le rogaría al Gobierno de Caracas que le regale una copia del Acta de Independencia. A la despótica Europa, tan sometida a la OTAN y a las estridencias de Trump, le vendría muy bien aspirar el aire soberanista y libertario que dicho documento exhala.

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