Vivir así
«Quiero expresar mi indignación por la situación en Ibaeta. Hace dos meses, unas personas sin hogar montaron una chabola en nuestro barrio, frente a Expocasión, acumulando muebles y basura, y creando un foco de insalubridad y peligro. A pesar de nuestras repetidas llamadas a la Guardia Municipal, no han hecho nada. Es inaceptable que tengamos que vivir así, especialmente en una zona frecuentada por niños» ("Diario Vasco", 16/07/2024).
El escenario en cuestión es la parte baja de un vial de la autopista (debajo del puente, como se le dijo siempre), en el contexto de una ciudad −Donostia-San Sebastián−, con un promedio de 185 días de lluvia al año, esto es, 1 de cada 2 días, la mitad de los días del año. Vamos, que llueve mucho en La Bella Easo, como todo el mundo sabe. Por lo que tener «derecho a techo» resulta especialmente importante.
Una ciudad que, además, cuenta con una de las rentas de alquiler más elevadas de todo el país y el dudoso prestigio de ser la capital más cara en precio de compra, lo que es ya un clásico de la vivienda donostiarra. A ello, en los últimos años, hay que añadir la presión del alquiler vacacional. En conjunto, por precio de vivienda, cesta de la compra, presión fiscal y otros componentes, San Sebastián también aparece como la ciudad de España más cara para vivir (idealista.com).
En lo que concierne al precio medio del alquiler, este asciende a 1.065 euros/mes (mayo 2024), lo que supone un 9,5% más alto que el año precedente, y con un descenso de la oferta de alquiler residencial del 20,6%, así como un descenso del 23% en la firma de contratos de alquiler, según evidencian los datos del informe trimestral del mercado inmobiliario de Gipuzkoa, realizado por el Colegio Oficial de Agentes de la Propiedad Inmobiliaria (Coapi) de la misma provincia (donostitik.com).
Frente al precio medio de alquiler, tenemos que el salario medio de la ciudad de San Sebastián asciende a 1.687,7 euros netos mensuales. O lo que es lo mismo, una persona media, para alquilar una vivienda media en San Sebastián-Donostia, tendría que invertir el 63% o dos tercios de su salario medio; en el caso de una pareja, tendrían que destinar, cada uno, el 31,5% de sus ingresos, lo que situaría a ambos en el límite del nivel de riesgo establecido para estos casos, que se suele situar en el 30% de los ingresos destinados a gastos de vivienda (Grupo BC).
Teniendo en cuenta el costo de la vida en esta ciudad, una familia media, compuesta por 4 miembros, tendría unos gastos medios mensuales de 3.376 euros, mientras que una persona sola necesitaría 1.995 euros por mes, esto es, la familia de 4 miembros necesitaría 2 sueldos medios completos para pasar el mes, mientras que, para el caso de la persona viviendo sola, esta necesitaría algo más (+18%) que un salario medio para llegar a fin de mes (expatistan.com, 2024). Teniendo en cuenta que la tensión inflacionista instalada entre nosotros en los últimos tiempos hace que, si bien los salarios vascos han alcanzado cotas máximas históricas, su capacidad de compra se ha visto reducida en un 4, 6% −la tercera comunidad autónoma con más pérdida de poder adquisitivo− por la citada escalada de precios (Adecco/ "Diario Vasco", 2024).
Los datos marean, lo sé: ya no sabe uno o una si, a la luz de todo ello, las cosas van bien o van mal... aunque, en realidad, eso depende, como ya sabemos, del punto de vista de cada cual y sus circunstancias. Oímos todos los días datos sobre récords históricos de turistas que nos visitan, de beneficios comerciales, de afiliados a la seguridad social, del alza de precios y costes laborales, de subidas de impuestos. Récords que inducen a pensar en la imagen de un progreso creciente que nos hace a todos mejores. Al menos, en lo que tiene que ver con lo económico, mientras el PIB siga siendo nuestro horizonte espiritual.
Pero la realidad es que, en paralelo a esta «bonanza» mercantil, un estudio reciente cifra en un 81% el incremento de personas en «situación de exclusión residencial grave», esto es, personas-sin-techo, en el municipio de Donostia-San Sebastián, entre los años 2016 y 2022 (Gobierno Vasco, 2023). Es decir, que, a pesar de todo este jolgorio económico, el número de personas que no tienen «donde caerse muertos», o sin derecho a techo, en la bella ciudad de San Sebastián, casi se ha duplicado en un corto periodo de tiempo. Y, de repente, una indignada lectora y vecina nos dice que «es inaceptable que tengamos que vivir así». ¿Vivir cómo: debajo del puente? ¡No, qué va! Vivir así, apretado el cuello por las difíciles exigencias económicas de una sociedad cada vez más mercantilizada e insolidaria, no es lo que preocupa a esta lectora airada. Lo indignante es que «esa gente», que no paga renta ni hipoteca, se instale ante nuestros ojos, por la cara, a vivir en la ciudad más cara de España, sin pagar un solo euro por ello. Ya no es que okupen casas, nuestras casas; es que okupan ciudades, nuestras ciudades. Y las afean con sus andrajosas vestimentas y sus pestilentes aromas, con sus peligrosos hábitos y sus incívicos valores. Sus muebles y basura representan un foco de «insalubridad y peligro», especialmente, para nuestros niños y niñas: ¿Qué ejemplo estamos dando a nuestros menores?
No nos damos cuenta de que las cosas, la vida, pueden ser de ida y vuelta, que tienen doble cara, al menos; que lo que a nosotros nos parece una cosa, para otros es la contraria; o que la misma cosa es vivida de diferente manera por diferentes personas. En un blog, y bajo el título de "Derecho a techo", un grupo de personas sin hogar escribe: «Nos une la experiencia de vivir o haber vivido en la calle: algo desagradable, traumático, peligroso y perjudicial para nuestra salud y nuestra dignidad como personas». Posiblemente, eso mismo es lo que siente la lectora indignada por la presencia de los sin techo en su barrio, sin pararse a pensar lo que ellos/ellas puedan padecer.
Nos olvidamos que «Debajo del puente, en el río / hay un mundo de gente, / abajo, en el río, en el puente» (Pedro Guerra). Debajo del puente viven los que no nos gusta ver, ni mucho menos mirar a los ojos, lo que les humanizaría. Y a nosotros, al mirarlos. Porque nada hay más humano que mirar a los ojos de los demás. Pero no: rehusamos ver ese mundo, que afea nuestra galaxia, porque la nuestra debe ser una ciudad de postal. Sin acordarnos de lo que, ya hace unos años, cantaban los donostiarras Sanchís y Jocano: «La crónica de San Sebastián no es tan bonita como la pintan en esos jodidos mapas que te dan para veranear».