Olga Saratxaga Bouzas
Escritora

Vivir o respirar…

Fueron hombres quienes inocularon en ti la tiranía desoladora de no soportar la vida que ya te habían cercenado.

Ya te has ido... lentamente has desandado el hilo de vida que te sostenía, quizás con la esperanza de que todo esto fuera una torpe pesadilla apostada en la noche de tus sueños infantiles. Has soltado amarras y has decidido alejarte del dolor que te producía vivir sin hacerlo, porque «seguías respirando, pero no estabas viva».

Nos has dejado hace apenas unos días... casi en silencio, como aquel que guardaste durante tanto tiempo, siendo apenas una niña. Te has convertido en viento y al fin eres libre. Es el motivo de que estas líneas –escritas con más congoja que pulso racional– se empeñen en rellenar el espacio en blanco que ahora cubre la pantalla de mi ordenador, en un inequívoco esfuerzo baldío por mantenerte con vida, alimentar tu esperanza y devolverte a la infancia que truncaron cuando tenías 11 años.

Tú misma dijiste que a partir de ahí todo fue un infierno. ¿Quién mejor que tú para saberlo? ¿Quién mejor que tú para no reconocerte en la sombra que poco a poco el machismo fue haciendo de ti? ¿Quién mejor que tú para saber los motivos de una muerte que respiraba de prestado? ¿Quién mejor para poner freno o remedio al sufrimiento? ¿Quién mejor para tanto que te quedaba por vivir? ¿Quién con más derecho a buscar la luz y encontrar la paz...?

Analizando los titulares que resumen tu marcha podría parecer que el foco central lo merece la conveniencia o no de la eutanasia, o tal vez dirimir si fue suicidio por inanición sin asistencia médica profesional... El cuerpo de la noticia relata tu angustia durante estos últimos años: la tortura de revivir de manera imparable las imágenes de tus violaciones. Tu empeño, no obstante, fue querer vivir por encima de lo sucedido. No pudiste con ello y la depresión hizo de ti pasto de anorexia. La medicina lejos de ayudarte, propició tu caída en picado.

Empero, yo quiero hacer de tu tragedia otra lectura: la violencia y las agresiones machistas te asesinaron. Fueron hombres quienes inocularon en ti la tiranía desoladora de no soportar la vida que ya te habían cercenado. Hombres con nombre y apellidos te violaron en la impunidad de su fuerza, imponiendo su género y poder. Reivindico, por ello, tu derecho a víctima de una desigualdad estructural impuesta por decreto masculino.

Has intentado sobrevivir al eterno fantasma de las agresiones y violaciones sexuales que padeciste; omnipresente herida lacerando tu mente y tus entrañas. Durante esos años robados han coexistido en ti el miedo y el coraje de una niña que quería pasar página a la humillación, postrada en la vergüenza de terceros.



"Ganar o aprender" fue tu gran título. «Te resultaba más fácil escribir sobre tus sentimientos que hablar sobre ellos». Créeme que te entiendo y sé que, aunque fueron tu refugio, las palabras no pudieron salvarte.

Decías que el amor era dejarte ir. Yo te aseguro que el error es pensar en tu decisión como factor aislado de la violencia machista que la provocó; soterrar, bajo la dudosa praxis de la siquiatría holandesa, la causa única principal que erosionó tu mundo emocional y rompió tu aliento. Distorsionar la realidad se nos da muy bien. Lo estúpido y fácil, amarillear con tu desgracia las páginas de alguna prensa sensacionalista y los programas televisivos de la mediocridad humana.


¡Descansa ya, pequeña Noa! La justicia llegará y será el momento en que respirar y vivir sean lo mismo.

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