Iñaki Urdanibia

Walter Benjamin, fin del camino

De los últimos tiempos anteriores a lo narrado, la pista de Walter Benjamin se desarrolla en la sombra, solamente se puede afirmar que su destino era Marsella en donde se podía conseguir visa para poder emprender el viaje a América.

Fue el 26 de setiembre de hace ochenta años, en 1940, cuando este judío errante ponía fin a sus días, ingiriendo la morfina que días antes, en Marsella le había facilitado Arthur Koestler, ante el temor a ser entregado a la Gestapo. Parece que una vez más en la vida el cheposito (personaje de los cuentos infantiles germanos que representa la figura del gafe), le jugaba una mala pasada, o le acompañaba si se quiere. Sin entrar en las diferentes versiones acerca de su muerte (suicidio, obra de la Gestapo...), lo que es cierto es que si como digo días antes Arthur Koestler le había facilitado en Marsella algunas dosis de morfina, tal hecho no significa ninguna confirmación de las intenciones suicidas de Benjamin sino que también podía deberse tal acopio al tratamiento de sus problemas de insuficiencia cardíaca, sea como sea, allá acabó la vida de quien fuese calificado de buscador de perlas, que cual rey Midas hacía que como trapero que busca en los restos convirtiese los pequeños retales u objetos en tema de interpretación y estudio de relieve, convirtiendo en oro del pensamiento aquello que de entrada parecía mero desecho. El Ángel de la Historia que miraba vuelto hacia atrás las ruinas y los cadáveres que se iban acumulando en esa lógica del desastre, tenía una víctima más sobre la que posar su mirada. En sus fragmentos sobre Baudelaire se lee: «el curso de la historia, tal y como se presenta bajo el concepto de la catástrofe, no puede elevar más las pretensiones en el pensador que el caleidoscopio en manos de un niño que, cada vez que se gira, destruye un orden para hacer nacer otro nuevo […] es preciso fundar el concepto de progreso en la idea de catástrofe. Que las cosas sigan «yendo así», he ahí la catástrofe. No es lo que va a llegar, sino el estado de cosas dado en cada instante. El pensamiento de Strindberg: el infierno no es en absoluto lo que nos espera-sino esta vida misma».
    
Los hechos

Si como líneas más arriba ha quedado dicho, algunas oscuridades asoman en torno a la muerte del pensador germano (Who killed Walter Benjamin… / Quién mató a Walter Benjamin… - Milagros producciones; la película, desigualmente subtitulada, resulta de indudable interés, ya que nos acerca al lugar de los hechos, a diferentes versiones sobre lo sucedido y a algunas interrogantes que quedan en el aire), la versión más aceptada por los historiadores (Jean-Michel Palmier, Lionel Richard, Gérard Raulet, Tackels, Witte Bernd, por citar algunos de los especialistas más destacados que tengo a mano) es la que a continuación expongo, aun a riesgo de repetirme, y repetir, con respecto a narraciones realizadas con anterioridad.

En el registro civil del municipio de Port-Bou consta la fecha del 26 de setiembre como día de la muerte, y seguramente con el fin de evitar mayores complicaciones se señala como causa de su muerte, una «hemorragia cerebral». En la noche del día 25 escribió una carta, en francés, a su amiga Henny Gurland (quien más adelante se casaría con Erich Fromm en 1942) para que diese a conocer el contenido a Adorno, misiva que no se conserva pero que la señora reconstruye de memoria: «En una situación sin salida, no tengo otra elección que acabar. Es en un pueblecito en los Pirineos en donde nadie me conoce que va a finalizar mi vida. Os ruego que transmita mis pensamientos a mi amigo Adorno, explicándole la situación a la que me he visto conducido. No me queda tiempo para escribir todas las cartas que hubiese querido escribir». Había dado órdenes estrictas de que no se tratase de mantenerle en vida. Hallado el cadáver el dueño del Hotel de Francia, hizo llamar a una sacerdote, decisión ante la que nada dijeron el resto de la expedición obviamente para no confesar su religión judía.

El inventario de la policía española señala lo que se había encontrado en posesión del fallecido: «un saco de cuero que utilizan los hombres de negocios, un reloj de hombre, una pipa, seis fotografías, una radiografía, un par de gafas, varias cartas, revistas y algunos papeles no muy numerosos cuyo contenido no ha sido conocido, así como algo de dinero».

Benjamin había atravesado los Pirineos con un pequeño grupo de emigrados con el fin de refugiarse en España. El grupo fue detenido en la población gerundense por la policía española lo que hacía pensar que al día siguiente serían devueltos a Francia, lo que de hecho vendría a significar ser puestos en manos de la Gestapo. La travesía es narrada por Lisa Fittko, a cuyo marido, Hans, había conocido Benjamin en un campo de detenidos, en las cercanías de Lourdes, y que habían organizado una red de ayuda para el paso de la frontera (la señora decía que las fronteras están hechas para ser saltadas); subraya la guía, Fittko, como cada dos por tres el viejo Benjamin, vestido de negro y con una inseparable maleta que no dejaba que nadie le ayudase a llevarla, se sentaba fatigado para poder continuar. Otro aspecto reseñable es la posibilidad de que las amenazas de ser devueltos, que se adivina como decisiva en la decisión de Benjamin, no eran más que una manera de sacar dinero por parte de los policías franquistas, si en cuenta se tiene que al día siguiente al resto de acompañantes de travesía se les dejó marchar sin ningún problema hacia su destino, Portugal para de allá cruzar el charco... al respecto hay quien baraja una hipótesis: que fue la impresión por la muerte de Benjamin la que hizo que los policías ablandasen su posición con el fin de alejar los problemas. Hay un texto de Alain Broussat francamente lúcido y recomendable: "Qui a tué Walter Benjamin? Desexil, exil, violence" (hay traducción en Tirant Humanidades, 2014, que sigue al texto de la obra "La resistencia infinita"), en el que se detalla los continuos fracasos, las negativas a ser publicado, el asesinato de familiares en los lager, la sombra de la persecución siempre presente, en una travesía que se inició en 1933 con el exilio parisino, y que fue una marcha permanente hacia lo infranqueable.

De los últimos tiempos anteriores a lo narrado, la pista de Walter Benjamin se desarrolla en la sombra, solamente se puede afirmar que su destino era Marsella en donde se podía conseguir visa para poder emprender el viaje a América (no está de más indicar que las más de las veces tal visado no servía para nada); todo ello en medio de continuas redadas organizadas por la temida Gestapo. Ante ese cul de sac, la única opción era atravesar los Pirineos... cosa que realizó como queda dicho.

Las malas artes del cheposito no abandonaron a Walter Benjamin ni tras su muerte, ya que de sus restos nada se sabe, tampoco de su célebre e inseparable maleta en la que se dice que llevaba la versión definitiva sobre sus Tesis sobre la filosofía de la historia; con respecto al cadáver, Hannah Arendt pagó el derecho a una tumba para cinco años, a pesar de lo que fue depositado en una fosa común. En Port-Bou existe una tumba con el nombre del finado, construcción destinada a los visitantes... años más tarde se constituiría un espectacular monumento que se abre, descendiendo, hacia el Mediterráneo... «no hay ningún documento de cultura que no sea también un documento de barbarie».

Allá terminó la trayectoria de ese brillante, e incomprendido, arqueólogo de la modernidad, que hurgó por los pagos de la filosofía, del arte y la literatura (Baudelaire, Proust, Kafka o Brecht, el surrealismo, el barroco, el romanticismo, el lenguaje, la historia...), sin obviar los pasajes parisinos, en su intento de definir como alegoría, el aura y de la cultura de masas; una obra fragmentaria escrita con una prosa brillante al tiempo que enigmática...Un ser poliédrico que se dedicaba tanto al periodismo, al ensayo, a la traducción, a la escritura; un cruce en el que confluyen ética, estética y política, la de este centinela mesiánico del que hablase Daniel Bensaïd, de ese avisador de incendios como le calificase Michael Löwy.

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