Mikel Arizaleta

Y otro alemán responde

¿Recuerdan aquel: «Un alemán pide la palabra» de Harald Martenstein, en respuesta a Jürgen von Rütenberg? Hoy Harald Martenstein me envía la respuesta de su amigo crítico Jürgen:

Estimado Harald Martenstein, yo, Jürgen von Rutenberg, agradezco su carta publicada en la anterior entrega. Y le respondo con aquella sinceridad suya y, además, en su columna que tan generosamente me ofrece.

En los e-mail semanales le echo en cara una serie de objeciones, una veces como abogado de lectores, otras de abogado del diablo, las más de las veces le expreso mi opinión. El abanico de mis críticas es muy amplio, desde pequeñas puntuaciones, temas humorísticos, etc., hasta censuras de posturas, a mi juicio, erróneamente desarrolladas o temas cuestionables desde la filosofía moral. A veces llegamos a un acuerdo y a veces no.

Como fue el caso hace poco. Como usted escribió, no me parecieron bien un par de frases en su columna sobre la política de refugiados a cerca del expulsado afgano Samir Narang. Concretamente aquellas de «primero se permite entrar a cientos de miles, sin examen detallado previo, cosa que no es una gran acción humanitaria. Las víctimas de los ataques terroristas también son personas». Leí, me sobresalté y le escribí, su discurso me parecía problemático. La semana anterior respondió usted detenidamente en su columna –por cierto, muy bellamente– a mi objeción aportando argumentos razonables, que hay que masticarlos seriamente. Exponía que usted no cuestionaba «si se debía admitir a refugiados –usted está a favor– sino el modo cómo lo hemos hecho los alemanes»: El «prescindir» de exhaustivos controles fronterizos habría «maximalizado» en Alemania el riesgo contra la seguridad.

Puede ser, yo no lo veo así. Lo que sigo viendo, también hoy día, son esas imágenes diarias de los ahogados, de los que se baten entre las olas en el Mar Mediterráneo; una intrincada situación inhumana; personas que arriesgan su vida por echarles una mano, policías, voluntarios que en un estado de excepción hacen todo lo que está en su mano y más; y veo a una jefa de gobierno que se juega su futuro político en que «nosotros», como siempre, lo «logremos». Ante ello, yo dejo de lado posibilidades o cálculos de si renunciamos a controles fronterizos o de si una docena de víctimas del terror pueden ser alguna vez un precio aceptable.

Y además, ¿quién debe hacer esos cálculos? Usted escribe: «en realidad el número de muertos nadie puede conocer». Y se pregunta ¿qué ocurriría si entre los muertos de la plaza Breitscheid (plaza berlinesa donde fueron arrollados y muertos 12 transeuntes por un camión) se encontrara el descubridor del suero contra el sida? Muy bien. ¿Y qué si entre los refugiados salvados se hallaren cientos de médicos o activistas por la paz y rescatadores de vidas humanas? ¿O si hubiera entre ellos tan solo un joven que en agradecimiento ya no quiso ser terrorista?

Lo que quiero decir es que entre esa tromba de refugiados y el peligro de terror no se da una concatenación de simple causalidad. Es lo que me parece, pero entiendo que otro opine diferente y quiera discutirlo abiertamente. Incluso si es alguien, como en nuestro caso, con el que convivo desde años en una relación profesionalmente de pareja. En todo caso lo bueno es que no hay censura alguna.

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