Sara Aldama Anuncibay

Alumnado VIP

Tan difícil es empezar a escribir esta carta como lo es soportar, día tras día, las lanzas del alumnado. Llevo poco más de cinco años en Educación, tiempo suficiente para darme cuenta —y pido disculpas a madres y padres especialmente sensibles— de que una gran parte del alumnado adolescente viene a por un título, sí, pero no viene educado.

El trabajo del profesorado de ESO y FP se ha convertido en un espectáculo al estilo del Coliseo romano: una munera en la que los gladiadores se dejaban la vida. Con una gran diferencia: nosotros no somos gladiadores, ni contamos con armadura alguna para protegernos de las lanzas, insultos y desprecios del alumnado. Y si esto fuera una pelea, no estaríamos en igualdad de condiciones. El alumnado gana.

El verdadero problema aparece cuando quienes amamos nuestra profesión empezamos a plantearnos dejarla porque ya no podemos —sí, podemos— soportar más esas actitudes desafiantes, hirientes y constantes que tenemos que tragarnos cada día. Hagas lo que hagas, cambies lo que cambies, siempre habrá quien sabotee la clase. Y, cuidado: siempre dirán que no explicaste esto o aquello, y que la culpa de los suspensos es nuestra.

Está claro que la sociedad cambia, los tiempos cambian y la educación cambia. No pido volver a ninguna época pasada, ni reivindico nostalgias rancias. Solo pido lo básico: respeto, responsabilidad y un mínimo de coherencia. Pero, por lo visto, eso debe de ser pedir demasiado.

Porque al final, tan difícil como escribir esta carta, es seguir tragando cada día el teatro de una educación donde el profesorado va desarmado, el alumnado lleva todas las armas, y encima tenemos que aplaudir. Y lo más irónico de todo es que, cuando esto reviente —porque reventará— todavía habrá quien diga que la culpa fue nuestra.

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