Hace unos años vine de Iruña a vivir a uno de los pueblos que hoy conforman el valle de Arakil. Ahora que soy de pueblo, me doy cuenta de la gravedad que ejerce Iruña y su cuenca sobre el resto del herrialde que arrastra al resto a su fondo y forma.

Conozco el mundo rural de Nafarroa, olvidado a un segundo puesto con normas hechas desde la capital para la capital. Relegada al ocio y turismo. Despoblación en aumento y legislaciones vetustas, reduciendo su capacidad habitacional, ganadera y agricultora de origen intensivo, pero que bien gusta cuando la calidad llega a las mesas.,

Centrando todo esto con el título, el Tren de Alta Velocidad, más que una obra de bien común, huele otra obra rancia, como tantas otras aquí y allá. Nunca se recuperará lo invertido, ni en términos económicos ni en el destrozo que provoca. Partirá otra vez Sakana, expropiando todo lo que se ponga en su camino, solo para llegar 10 minutos antes. Por eso en Arakil y en Sakana no queremos el TAV. Porque si aplicamos la lógica y la razón, no es una necesidad de bien común.

Ese concepto de bonum commune (bien común) que desde milenios ha regido a los seres humanos tiene mucho que ver con la idea anterior, pues a veces separarlo de otros, requiere una altitud de miras y una capacidad de análisis y gestión importante. El problema viene cuando la pérdida es obviamente bastante más costosa que el beneficio.

Gandhi dijo: el verdadero progreso social no consiste en aumentar las necesidades, sino en reducirlas voluntariamente; pero para eso hace falta ser humilde.

Quizás lo primero que tendríamos que cuestionar es si el modelo de sociedad actual con los objetivos que se marca es el adecuado para el bien común o para quién lo es.

Mientras hablamos de todo esto, que nadie se preocupe. Nadie está en contra del progreso. Hay alternativas: el llamado tren social, que no es más que la mejora del tren de siempre y que te llevará solo un poco más despacio para que, por el camino, puedas disfrutar de nuestro valle, entre otros.


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