Recientemente, el novelista gráfico Alan Moore dijo en una entrevista que el cine de superhéroes ha dañado nuestra cultura. Hace un año, Martin Scorsese señaló asimismo que dicho género no era cine, sino la experiencia vacía de entrar en un parque de atracciones.

En el cine comercial, con el que nos bombardea la publicidad, priman los efectos especiales sobre el guión. Son espectáculos deslumbrantes que hacen que las personas se acostumbren a hacerse con productos que deslumbran y postran por el pasmo, y que generan conductas de consumismo pasivo y acrítico. Lo mismo se podría decir de los productos de gran difusión de televisión, radio y redes sociales.

Frente a la cultura de masas alienante, Adorno propuso que el arte siguiera sus propias normas y fuese creativo: capaz de replantear, crear nuevos modos de expresión y romper esquemas mentales. Gramsci abogó por una cultura popular. Ambas propuestas son la alternativa al consumismo alienante.