Javier Orcajada del Castillo

Declaraciones del papa Francisco sobre la homosexualidad

El papa ha hecho pública su valiente opinión sobre la homosexualidad que puede inducir a los  creyentes a complicar más que a explicar su posición sobre esta controversia dogmática que  está provocando entre los cristiano progresistas que consideran que la doctrina de la Iglesia debe actualizarse. En cambio los inmovilistas lo juzgan herejía que está generando enfrentamiento con el nuevo rumbo de la iglesia.

Ya en los inicios de su papado expresó su criterio sobre la homosexualidad en términos que provocaron en los círculos conservadores eclesiales grave tensión que no ha cesado, aunque  ahora con un tono menos dogmático respecto a su inmovilismo tradicional. Al preguntarle el periódico "Corriere della Sera" su opinión sobre la homosexualidad, respondió con naturalidad: «Y quién soy yo para juzgar a un gay?». Recientemente ha declarado que «la homosexualidad no es  delito, pero sí es pecado». Además, considera injustas las leyes que penalizan la homosexualidad, lo cual humaniza la opinión de la Iglesia.

Sin embargo, calificar de pecado el sentimiento de amor por otra persona del mismo sexo, sea o no creyente, parece un exceso inquisitivo que invade la conciencia personal, pues nada dicen los evangelios sobre el sexo de quienes se aman para formar un matrimonio. «Que el distintivo de los creyentes sea el amor. En eso conocerán todos que sois mis discípulos», Juan 4:19. La cita evangélica resulta inequívoca. Diferente es el derecho canónico que define y puntualiza que el  matrimonio tiene que ser entre seres de diferente género y encaminado a la procreación. Es de  Santo Tomás de quien recoge el derecho canónico la regulación de la Iglesia para la convivencia humana que se atribuye la facultad de imponer normas, pero que no tienen fundamento en los evangelios que es palabra de Dios para los cristianos.

Si dos personas se aman, sean cuales sean sus sexos, es evidente que cumplen con el signo distintivo de discípulos de Jesus. El derecho canónico que implícitamente excluye a  homosexuales a formar una familia contradice la esencia del amor del propio evangelio.

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