Javier Orcajada del Castillo | Bilbo

El discípulo que quería ser político

Cuentan que en Katmandú un alumno planteó a su maestro que sentía vocación de político. «¿Qué debo hacer, Maestro? ¿Y para qué?», le pregunta. «Deseo la felicidad de mis vecinos», responde el joven idealista. «No, no puedes, pues tienes algunas cosas que no debes y te faltan otras necesarias». «¿Cuáles, maestro?». «Tienes que se capaz de mentir sin sonrojarte. Ante una epidemia hay que tener cinismo para pedir tranquilidad, aunque la calle esté cubierta de cadáveres. Has de convencer a tus conciudadanos de que una guerra se declara para salvar vidas». «¿Y cómo es posible argumentar así cuando los militares calculan que morirá entre un 10 y un 25% de los que van al frente y la reconstrucción va a provocar la miseria del país para la próxima generación?». «Ah, esa es la grandeza del político, su capacidad para cautivar, que a pesar de que los ciudadanos sean conscientes del ardid, que se sientan satisfechos y le valoren aunque sea falso. Tienes que poseer el arte de captar la confianza de los poderosos para que cuando ceses en la política te ofrezcan un puesto bien remunerado y que no te pidan responsabilidades. Pero lo más difícil y donde los políticos fracasan, es lograr ser aceptado y querido por la oposición. No olvides que el gran éxito es mantenerte permanentemente en el candelero y que cuando tu partido pierda el poder te llamen para ofrecerte participar con los que han derribado el tuyo». «Pero, Maestro, estas pautas que me explicas no coinciden con las de Aristóteles, que acusa a los políticos de estar cegados por la ambición y es lo que les lleva al fracaso. Tal como me enseñas lo que debe hacer el político, requiere una mente privilegiada y que la conciencia no les remuerda nunca. ¿No dices que no existe ningún hombre con tanta agudeza y falta de escrúpulos, Maestro?». «Sí, querido discípulo, pero el arte es eludir la responsabilidad. Tienes que culpar a tu asesor, pues terminan envenenados por ingenuos como lo fue Julio Cesar. Es que no te he dicho que tienes que tomar la diaria dosis de veneno».

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