Enrique Vivanco Fontquerni, Barcelona

La ciudad triste

El Principat, siempre ha tenido que soportar a un empresariado mafioso, y pistolero cuando hace falta, ahora también dispone del nicho independentista, para poderlo controlar todo. Su objetivo siempre ha sido el mismo, disponer de las diferentes administraciones para su conveniencia, como el que contrata a un criado, sin la menor aspiración. En el momento que hay alguien que se desvía por poco que sea, saltan todas las alarmas y utilizan todos los recursos para intentar satisfacer sus caprichos. Todos estos elementos malignos para la humanidad decente, arropados por los monárquicos hormonados, quieren asaltar el palacio de invierno del Consistorio, pero no dando la cara. Utilizan entidades que subvencionan, y a los que apuestan para su futuro al abrigo del sueldo público. No quieren enterarse que las grandes ciudades son las responsables del 70% de las emisiones de CO2, cuando ocupan una superficie del 2% del planeta. Barcelona, no es una excepción y el problema medio ambiental es de dimensiones cósmicas. La ciudad cuando expulsa a sus habitantes durante los fines de semana, y vacaciones al resto de territorio, genera una huella ecológica que ya está en una situación muy peligrosa para la vida humana. La alcaldesa en su discurso lo tiene en cuenta, es el primer paso para que los despistados se enteren. Toda esta narrativa pone muy nervioso a un empresariado suicida y analfabeto, ya que sus asesores son unos lameculos. Los lemas de todo este contubernio es que Barcelona, está triste, desanimada, ya que predomina la cultura del no. Toda este conglomerado virtuoso que promueve el turismo que gentrifica, a los pobres y no tan pobres, que hace que la ciudad esté invadida por hordas destructoras para la convivencia, quieren que la administración ponga dinero y las infraestructuras para sus negocios, que si sale mal, a ellos les importa un bledo, ya que no lo pagarán como sucede siempre. Sus políticos son los de la derecha independentista, o no, junto con los socialistas, que han construido semejante monstruo triste, en realidad protestan lo que ellos han parido. ¿Qué quieren? La ciudad para el vehículo privado a todo trapo. La existencia de una macrotienda con nombre Hermitage, para concentrar a centenares de miles de personas, el aeropuerto para cien millones de pasajeros. Que me expliquen cómo habrá menos huella ecológica al pasar de sesenta millones, a cien millones, es tan imposible como todos estos elementos entren en razón. Un aeropuerto medio, consume la energía de una población de 100.000 habitantes, si se va ampliando al final contaminará como toda Barcelona junta. Y por fin la alegría más esperada, otras Olimpiadas, en este caso de invierno tropical, promete ser muy divertido. En fin, si la ciudadanía no retiene que toda esta gente son unos auténticos canallas, no tenemos salvación.

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