Las cenizas de los difuntos
El día de hoy, 1 de noviembre, todo el mundo «hablamos con nuestros muertos», no queremos perder la conexión, les echamos de menos, enterrados o incinerados, les seguimos hablando, como si ellos siguieran existiendo en un lugar igual que como existieron en la Tierra. Le hablamos al alma, a su mirada atenta y a la sonrisa que tenían a nuestras palabras. Ellos siguen viviendo en nuestras palabras. Los lugares que fueron suyos, las fotos, las lápidas y las cenizas... En su recuerdo hay pena y consuelo... y por fin la pregunta de siempre ¿Dónde están? ¿Dónde viven sus almas?
Los hombres somos los únicos seres vivos que experimentamos que las obligaciones con nuestros muertos no han terminado con su muerte, y que se extienden más allá, manteniéndose incluso después de que el muerto haya muerto... Dar sepultura es «dar lugar» a una ausencia. Una ausencia tanto más flagrante cuanto que se produce en presencia de los restos de lo que fue el cuerpo amado del muerto. El deseo del reencuentro: solo la resurrección haría justicia a lo que las sepulturas expresan que los hombres sienten de sus muertos.
La Congregación de la Doctrina de la Fe ha redactado un documento, con la firma del papa Francisco, por el que la Iglesia católica prohíbe esparcir las cenizas de los difuntos o tenerlas en casa. Incumplir esta medida podría llevar a la negación del funeral al fallecido o a su expulsión de la Iglesia. Ya podrían ser un poco más generosos estos señores curas, ahora que aún pueden. Por todos los santos… dejen de poner trabas y barreras al consuelo de muchos y mirar por su felicidad.
Saludos,