Oskar Fernandez Garcia

¡Que la indignación se transforme en una colorista revolución!

Tras las elecciones generales, del 26 de junio en el Estado español, las redes sociales no ahorraron en calificativos despectivos para definir a los millones de personas que habían optado, una vez más, por el partido que hunde sus raíces profundamente en una corrupción sistémica e inherente a su devenir y origen: la negra noche de la dictadura franquista y fascista.

Seguramente millones de votos, llenos de sonrisas, ilusiones y exultantes de esperanza en un futuro mejor, no esperaban –máxime tras la coalición entre IU y Podemos y las expectativas tan atrayentes y concluyentes que las encuestas, a los cuatro vientos, arrojaban en sus investigaciones demoscópicas sobre la coalición aludida– unos resultados tan adversos, grises y anodinos para las ilusiones que se habían forjado tantísimas personas a lo largo y ancho de un país absolutamente esperpéntico.

Tras el escrutinio total de los votos emitidos, las redes sociales comenzaron a enrojecer de cólera, de frustración, de desasosiego, de indignación, de incredulidad… los adjetivos describían el estado anímico de millones de personas y lo que pensaban sobre otros millones de conciudadanas y conciudadanos. Se les calificaba o se les describía como: cómplices, idiotas, imbéciles, subnormales, esclavos, gilipollas…

La indignación y la bilis fluía incontrolable desde los sentimientos, a flor de piel, al cerebro y de éste a febriles dedos en diferentes tipos de teclados. No era el momento para la reflexión pausada y analítica, sino para gritar en el silencio denso y oscuro de la noche, con todo tipo de epítetos ¿Por qué nos han hecho esto? ¿Qué sucede en las redes neuronales de demasiados millones de personas?

La respuesta más sosegada, aguda, analítica y profunda –a toneladas de abúlicas, impersonales y estériles papeletas– procedía del ámbito cultural, concretamente del séptimo arte y de la película “Matrix”. Alguien había escrito, en el inconmensurable espacio de la red, y merece ser reproducido en su integridad por el enorme acierto psicosocial de su contenido: «Tienes que comprender que la mayor parte de los humanos son todavía parte del sistema. Tienes que comprender que la mayoría de la gente no está preparada para ser desconectada. Y muchos de ellos son tan inertes, tan desesperadamente dependientes del sistema, que lucharían para protegerlo» (Morfeo a Neo).

El mayor y más poderoso tentáculo del sistema son los grandes medios de comunicación de masas y concretamente los audiovisuales y exactamente las cadenas de televisión, que sistemática y diariamente invaden todos los hogares, prácticamente sin excepción. La inmensa mayoría de las espectadoras y espectadores se encuentran inermes ante el metódico y calculado bombardeo de irrelevantes, anodinos y superficiales programas, generando sobre las mentes –cuya exposición, de media, sobre pasa las tres horas y media diarias– una falta absoluta de reflexión, análisis, crítica, valoración, criterio y opinión personal absoluta. Serían los «conectados».

Y es en este estado sociológico, sindical, político, laboral y cultural, caótico, deplorable y terriblemente desolador donde la derecha carpetovetónica, intransigente e intolerante, intenta de manera ladina, cicatera y mezquina hacer hegemónico su análisis, de los susodichos resultados electorales, como si fuese el único posible, certero e infalible; aireando en las ondas hercianas, y en todo tipo de soporte y de medio, que han ganado las elecciones, que han obtenido la mayoría, que son con diferencia el partido más votado, que los españoles es lo que han querido. En una palabra que han de gobernar, que se les tiene que dejar formar un gobierno, que no se les puede obstaculizar el camino al gobierno. Solo les falta argumentar que están destinados o predestinados, por el dedo divino, a gobernar «Una España grande y libre».

La realidad es mucho más colorista que el monótono y repudiable azul falange. EL PP ha obtenido el 33,03% de los votos válidos y el beneplácito de 7.906.185 de electoras y electores. Pero el 63,75% de ese electorado no desea un gobierno formado por esa opción política tan aborrecida. Es decir, de forma más evidente, 15.257.732 personas rechazan esa opción. Por lo tanto pensar que tienen un derecho consuetudinario para gobernar es un error mayúsculo y un despropósito absoluto.

Si las ocho formaciones políticas que conforman ese 63,75% del electorado, cada una con un grado de responsabilidad diferente, permitiesen que el PP accediese a formar gobierno; esas miles y miles de personas que se enrojecieron de indignación la noche electoral, debieran de aplicar sus calificativos, ahora, a todas las parlmentarias y parlamentarios que lo hayan permitido, posibilitado o alentado.

El arco iris siempre volverá a brillar.

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