Pablo A. Martin Bosch (Aritz)

Terrorismo, terrorismo de estado y guerra encubierta en Euskal Herria


El señor Xabier Zumalde y su mujer, Sabina Ibartua, son dos referentes de la lucha antifascista en Euskal Herria, amén de incluir en sus respectivos curriculum vitae el haber creado los primeros núcleos guerrilleros en Euskadi (Euskal Herria), antes incluso del nacimiento de ETA; haber «liberado» algún pueblo de la zona del Duranguesado en los años fuertes de la dictadura franquista; haberse opuesto a las diversas escisiones dentro de ETA (militar y político-militar); haber sido capaz de abandonar la práctica armada tras la llegada de la «democracia» al Reino; haber entrenado a los primeros «Berrozis» y «Ertzainak» en la lucha antiterrorista; haber propuesto las líneas de actuación de la Policía Autonómica (Ertzaintza); haber organizado las vías de fuga del lehendakari Carlos Garaikoetxea, tras el Golpe de Estado de 1981; haber construido, a su vez, la red de espionaje dentro del PNV y del Gobierno Vasco; intentado crear un museo en torno a ETA (rechazado por, sobre todo, las instituciones gobernadas por el PNV); y, también, por haber adquirido armas de manera clandestina tanto para ETA, como para el PNV o el Gobierno Vasco.

Yo le conocí en la fase de enfrentamiento a las Instituciones que obedecían a los poderes mediáticos y fácticos, que lograron cerrar el citado museo, primeramente, y su restaurante y museo del Caserío (creado por voluntad propia y con aportaciones personales) posteriormente. Atrás quedaban las situaciones broncas con la izquierda abertzale, que le acusaba de colaborar con la represión y traición a la causa independentista. Lucha con ETA, lucha contra ETA, lucha entre las rivalidades del PNV, lucha por defender al lehendakari, del PNV.

Xabier Zumalde también ha intentado incidir en la literatura militar de Euskal Herria, aunque con poco acierto. No se trata de un hombre de letras, sino de acción. Bien es cierto que sus experiencias, relatadas en diversas publicaciones, no han sido contestadas en ninguno de sus puntos por las fuerzas políticas aludidas, bien sea por desconocimiento, por desidia o por vergüenza propia. El caso es que lo que en dichas publicaciones se afirma, tratándose además de un testigo de primera línea que trata de confesarse, no ha sido jamás desmentido y, por lo tanto, ha de ser asumido como verdadero (y así lo será por las generaciones venideras) al no contar con un punto diferente. La izquierda abertzale ha renegado de su figura por sus críticas; el PNV por sus conocimientos de los entresijos militares que de su organización aporta; y el españolismo por su oposición a la negación de Euskadi como nación. Renegado por todos y enfadado con todos, lo que le permite repartir a diestra y siniestra sin quedarse pelos en la gatera.

Entre sus obras caben destacar “Las botas de la guerrilla; Mi lucha clandestina en ETA” y, sobre todo, “Código Bruno”. Esta última relata las relaciones mantenidas por el exguerrillero con las instituciones gobernadas por el partido Jeltzale. Se destaca en la misma el interés mostrado por el PNV para lograr armas a fin de defender los batzokis (sedes del PNV) frente a los ataques de kale borroka orquestados en su contra por la IA. La intención del PNV era la de defender sus locales por milicias armadas frente a los ataques de las juventudes del coctel molotov. Y Xabier Zumalde confiesa que llevó a cabo tal mandato: ofreció protección militar o paramilitar al PNV para defender sus centros de reunión.

Es más –según insinúa–, ante la amenaza de ETA contra los dirigentes del PNV, éstos optaron por enseñar las uñas y orquestar una campaña de asesinatos de la cúpula de ETA. La Guerra Civil entre las familias nacionalistas y abertzales pudo comenzarse en aquél entonces. La IA cedió en sus presiones a los jeltzales, el PNV se negó a prender la mecha, y la política de dispersión de los presos será su conclusión, junto al acercamiento al PSOE.

Pensar que en la política ejecutada en la CAV, e incluso en la CFN, o sobre ambas Comunidades Autónomas, el PNV no ha tenido su parte de razón, pero también de culpa, es pecar de ingenuo en el quehacer político. Si una fuerza política actúa o no lo hace es igualmente responsable de los resultados que conlleva su postura. Echar la culpa al otro sin asumir las responsabilidades propias es síntoma de infantilismo. Pensar que los demás deben retractarse de sus ideales o de sus acciones, sin hacer autocrítica, no favorece la madurez personal ni social.

El PNV no dudó en utilizar las armas ni a causa de la Guerra Civil (1936-1939) ni posteriormente (pseudo-Guerra civil de 1980-1990), únicamente escondió su materialización como Guerra contra el Terrorismo. En los enfrentamientos entre el PNV y la IA, ni toda la culpa recae en los primeros, ni tampoco en los segundos, en todo caso cada uno deberá realizar su propio análisis de conciencia: el paso de los Aberri Eguna unitarios a su división; de las manifestaciones a favor de la Amnistía a la traición de Bilbo; de Xiberta a Lizarra-Garazi; de las unidades de acción al cada uno por su parte; del apoyo a la dispersión a su arrepentimiento por la boca pequeña; del «si nos atacan (los de ETA) estamos preparados» al «aunque no lo creamos, todo es ETA»; del asesinato, secuestro y extorsión políticas al «condenamos toda expresión de violencia», y un largo etcétera. Ambos mundos ideológicos van evolucionando, poco a poco, pero sería de agradecer que los nuevos trastos que se arrojen a la cabeza sean con visión de futuro a fin de construir una Nación Vasca que ambas sensibilidades pretenden defender.

Para concluir: cuando el PNV critica el uso de las armas, lo mismo que el PSOE, deberían revisar su historia. Quizás sea buen momento para interpelar a ambas organizaciones en la Cámara Legislativa, en las tertulias televisivas y de otros medios de comunicación, ya que ninguna de las dos ha ofrecido explicaciones convincentes al respecto.

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