A la ultraderecha se la combate atajando todas las brechas de derechos
La pujanza de perspectivas retrógradas en cuestiones como los derechos de las mujeres, las personas migrantes o la resolución democrática de los conflictos se constata una y otra vez en todo el mundo. Desde EEUU hasta Portugal, líderes autoritarios y fuerzas de ultraderecha avanzan de forma peligrosa. Claro que esa tendencia general no puede reducirse a una causa única y se deben analizar los condicionantes particulares que se dan en cada nación para entender esas regresiones y plantear alternativas. Pero si Alemania y Argentina, o incluso Irlanda, no viven al margen de esas tendencias, tampoco en este ámbito Euskal Herria será un oasis.
Así lo señala el último Naziometroa, que ha constatado un alza en las posturas retrógradas dentro de la sociedad vasca. La séptima entrega de esta encuesta sobre el «estado de la nación» destaca que el impulso autoritario se manifiesta sobre todo en relación a los movimientos migratorios y al feminismo, y que el eje ideológico izquierda-derecha es clave a la hora de conformar el sentido de la opinión pública.
Mientras la gente de derechas tiene una visión negativa de la diversidad y plantea recortes de derechos, la de izquierda mantiene una perspectiva más positiva y defiende la causa de las personas que sufren y están discriminadas.
Otros estudios advierten de una brecha de género. Por ejemplo, en una encuesta sobre la cultura democrática realizada por el Gobierno de Lakua en 2024, se advertía que la preferencia por la democracia como sistema político baja notablemente en los hombres jóvenes de entre 18 y 29 años (hasta un 62%, frente al 74% en el caso de las mujeres de la misma edad). Esa diferencia se regula en el resto de segmentos. Un estudio sobre las elecciones europeas, por otro lado, avisa de que la probabilidad de votar a la ultraderecha no para de crecer entre los hombres jóvenes.
Politización y ciudadanía, un binomio complejo
Tal y como explica Toni Rodon hoy en GARA, se da una mezcla de condiciones materiales –pauperización y pérdida de privilegios– y culturales –antifeminismo y racismo–. Para recomponer el tejido ético de una sociedad hay que atender a ambas perspectivas.
No obstante, es difícil acertar en cómo decantar esas actitudes en favor de las mayorías sociales. Los movimientos por la emancipación deben analizar atentamente los datos y plantear estrategias adaptadas a cada sector. Esa segmentación será clave si se quiere detener y revertir la oleada autoritaria. Los prejuicios sirven de poco a la hora de establecer prioridades, realizar inversiones, afinar discursos o provocar decantaciones sociales. Las profecías autocumplidas solo generan un orgullo fatuo.
A falta de certezas, conviene experimentar de forma sistemática para ver qué funciona y qué no. Sin dogmas ni derivas. La combinación apropiada de datos, relatos, confrontación e inhibición es complicada. En general, hay que acrecentar la participación política de quienes defienden los derechos y la diversidad. Pero también hay que incidir en esos sectores que rechazan la igualdad y no diferencian entre derechos y privilegios. Sin mucho reproche, hay que sembrar certezas en unas y dudas en otros.
Fuera del espacio del humor, caricaturizar es un pobre recurso para evitar el debate, sobre todo si se parodia a sectores necesarios para articular mayorías progresistas. No es que no se puedan hacer bromas, es que construir un discurso político partiendo de una chanza es garantía de fracaso.
De nuevo, si la comparación con la realidad española sirve como sedante cultural en vez de como revulsivo político, se alimentarán las opciones decadentes frente a las transformadoras. El antídoto: una ciudadanía vasca que pacte e implemente el principio rector de todos los derechos para todas las personas.