Más de 360 migrantes han sido rescatados en el Mediterráneo central por los barcos Open Arms, Ocean Viking de Médicos Sin Fronteras y Aita Mari. La nave vasca participa por primera vez en un rescate de náufragos. Tras meses de espera pudo por fin hacerse a la mar el pasado mes de octubre y cumplir con el fin para el que fue botado: salvar vidas en peligro. Posiblemente ahora comiencen los problemas para que estos barcos puedan alcanzar un puerto seguro, aunque la amenaza de temporal quizás agilice los trámites esta vez.

En este sentido, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) alertó de que estos días se ha producido un repunte en la salida de embarcaciones desde las costas de Libia, con al menos nueve pateras detectadas, a las que habría que añadir una más que habría llegado por sus propios medios a la isla de Lampedusa. Esta organización atribuye el aumento de embarcaciones al recrudecimiento de los enfrentamientos en Trípoli y zonas aledañas entre las fuerzas partidarias del general Jalifa Haftar y el Gobierno. La guerra en Libia vuelve a poner de relieve, una vez más, que no es un lugar seguro para los migrantes, y que estos huyen en cuanto pueden de la violencia y los abusos. Esta constatación debería haber sido suficiente para que la Unión Europea revisara su política. Sin embargo, no parece que esto vaya a suceder a corto plazo, a pesar de los escalofriantes datos recopilados por la organización mencionada: desde que comenzó el año más de 8.600 migrantes han sido devueltos a Libia y cerca de 1.100 han muerto en el mar intentando alcanzar la costa de Europa.

La ciudadanía vasca observa entre impotente e indignada el juego de los Estados con las vidas de los migrantes. La tragedia del Mediterráneo conmueve y, tal vez por ello, el Gobierno de Lakua se volcó en felicitar al Aita Mari, al tiempo que –sin ningún pudor– recordaba la inversión hecha y el esfuerzo realizado, para a renglón seguido reconocer que carece de capacidad de incidencia. Lamentable.