Cierre en falso de la crisis griega y del euro

El Eurogrupo dio por cerrado el tercer rescate a Grecia, aunque seguirá controlando la evolución económica y fiscal del país. Solamente termina la asistencia financiera después de haber gastado alrededor de 300.000 millones de euros, básicamente para rescatar a los bancos alemanes y franceses. A pesar de ello, el comisario europeo de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, saludó la decisión como el fin de la crisis existencial de la moneda única. El primer ministro griego, Alexis Tsipras, también valoró positivamente el cierre de los rescates porque abre una nueva página para su país.

Es comprensible que el mandatario griego evalúe positivamente el acuerdo, atrapado como está entre la intransigencia de las instituciones europeas y la necesidad de ofrecer alguna victoria a los griegos, aunque esta sea realmente pírrica. El celebrado final es en realidad un chantaje cruel. El programa de asistencia financiera a Grecia ha terminado pero las condiciones que han impuesto a Grecia son draconianas: debe mantener un superávit primario –para pagar los intereses de la deuda– del 3,5% del PIB hasta 2022 y del 2,2% hasta el 2060; es decir, seguirá pagando a los acreedores casi tanto como lo que gasta en educación un país como Irlanda, el 3,7%. Es como si las instituciones europeas le hubieran pedido que cierre todas sus escuelas y universidades para pagar los intereses de la deuda. Y eso se le exige a Grecia, donde la riqueza ha caído durante la crisis nada menos que un 25%. Además seguirán los controles trimestrales, la exigencias de más reformas y las privatizaciones. Y todo ello a cambio de un mísero aplazamiento de 10 años para los vencimientos de una deuda que alcanza el estratosférico registro de 180% del PIB. No es extraño que el FMI haya mostrado diplomáticamente su desacuerdo, dudando de la sostenibilidad.

La grandilocuente valoración que hizo Moscovici del fin del rescate viene a constatar que en la Unión Europea no hay ni alma ni sentido común. Humillar a un país y condenarlo a la pobreza es sembrar la semilla de la catástrofe.

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