Condonar impuestos a los beneficios récord de las energéticas es de derechas y es un error
El alineamiento del PNV con las derechas españolas y catalana para vetar que se siga aplicando un impuesto extraordinario a los beneficios récord de las empresas energéticas del Estado español llega en un momento delicado para los jeltzales. Esta maniobra les asocia con la peor derecha en defensa de los intereses de un oligopolio que despluma a la ciudadanía. Los jeltzales quieren marcar distancias con un PP que, para colmo, reivindica el expolio franquista. Lo cierto es que se apoyan en ellos para sacar adelante los presupuestos en Gipuzkoa, por ejemplo. «Es política», dirán, pero algún límite u orientación debería tener.
Al decaer el impuesto a las energéticas, las arcas vascas perderán 100 millones de euros que repercutirán en los presupuestos. Si a eso se le suma la bajada de recaudación y la falta de ambición para hacer una reforma fiscal a la altura de las necesidades y las capacidades de la sociedad vasca, es difícil entender cómo el PNV ha tumbado ese impuesto. O no.
En este sentido, el chantaje de Josu Jon Imaz para que no se graven sus ingentes ganancias ha sido tan burdo que la decisión muestra al PNV a las órdenes de su antiguo burukide y de su lobby. El argumento de que las energéticas no merecen este impuesto porque no se aplica a las farmacéuticas es ridículo y se soluciona gravando esos otros beneficios extraordinarios, no condonando impuestos a sus amigos.
PP, Vox y Junts tampoco han medido bien sus fuerzas al revocar los decretos sobre pensiones, desahucios y ayudas al transporte. Cuando el coste de la vida comprime las economías domésticas, al bloquear esas medidas mínimamente redistributivas las derechas han soliviantado a parte importante de sus bases. Son partidos con un electorado envejecido que es sensible a estas maniobras. Van a perder poder adquisitivo tanto en sus pensiones como porque les eliminan ayudas.
«Entzunez Eraiki», con sordina y un solo oído
Todo ello se suma a un proceso interno complicado, en el que se reflejan las crisis de confianza, resultados, estrategia y cohesión que sufre el PNV. La no-decisión de Andoni Ortuzar sobre si seguirá liderando el EBB solo ha aportado confusión.
La tensa parálisis del PNV está frenando la capacidad tractora del Gobierno de Imanol Pradales. El cambio de equipos en Lakua está siendo un tanto tortuoso, los salientes y los entrantes no coinciden, la burocracia se impone, lo que se desea cambiar no arranca y lo que funcionaba ya no lo hace. Al partido no le gusta que el Gobierno se adelante, le recuerda malas experiencias, pero no es capaz de liderarlo, apenas de controlarlo. La bicefalia no carbura si una de las cabezas está embridada y la otra introspectiva.
Llegados a este punto, con el síndrome de haber perdido comicios en antiguas reservas y en entidades afines, Aitor Esteban aparece como el plan B del continuismo. Por si el rechazo a Ortuzar crece y la amalgama opositora escala. Uno de los dos se retirará, quizás, en un acto de gatopardismo que difícilmente solucionará sus problemas. Si el cálculo es un escenario «con PSOE o con PP, y siempre sin EH Bildu», la realidad les atropellará. La alternativa a ese dogma requiere un talento que no tienen o no activan.
Igual que ocurrió con Josu Erkoreka, en Madrid y por contraste, Esteban parece Winston Churchill. Pero para liderar un partido como el PNV hace falta un temperamento peculiar, una visión amplia y un espíritu concertador dentro y fuera. El carisma, en cambio, debe seducir a los propios, no a terceros.
Tras el proceso “Entzunez Eraiki” los jelkides dijeron haber escuchado el mensaje. Igual se están equivocando de mensajero al que atender; o de oído; o de de aliados y enemigos. Sin aclarar eso es imposible acertar, y su suerte dependerá de errores ajenos.