Dar pasos para terminar con el exilio, y con sus causas

De manera solemne pero visiblemente emocionados, alrededor  de 80 refugiados anunciaron ayer en nombre del Colectivo de Exiliados Políticos Vascos que un número muy significativo de ellos pasará la «muga» para regresar a sus localidades de origen. El total de exiliados que vuelven a casa en los próximos días y semanas superará el 20% del total de personas refugiadas. Un nuevo paso unilateral, de nuevo de la misma parte del conflicto, concebido para alimentar un proceso de soluciones y romper el bloqueo que intentan imponer los estados. Un nuevo compromiso tomado con la sociedad vasca, partiendo de la propia responsabilidad y asumiendo los riesgos en primera persona. La estrategia es nueva, pero los valores perduran, y los exiliados son la mejor prueba de ello.


Durante décadas, siglos, los vascos se han exiliado por razones políticas. No es nada nuevo. Lo hicieron los jóvenes de uno y otro lado del Bidasoa que no querían enrolarse en el Ejercito, lo hicieron muchas personas durante las diferentes dictaduras, cómo no durante el franquismo, y también después. Si el lector hace un breve ejercicio mental, recordará algún familiar o vecino, cercano o lejano, que huyo de la represión, que escapó de un más que probable tormento y de, cuando menos, un preventivo paso por el calabozo y/o la cárcel. La alternativa es recordar a alguien que no tuvo tanta «suerte». Porque en Euskal Herria el exilio está íntimamente ligado a la resistencia, a la insurgencia, pero también a la contrainsurgencia, a la persecución, a la tortura.


Según recogía un reciente informe sobre vulneraciones de derechos humanos elaborado por la jueza Manuela Carmena, el obispo emérito de Donostia, Juan María Uriarte, el exdirector de Derechos Humanos del Gobierno de Gasteiz Jon Mirena Landa y el profesor de Derecho Ramón Múgica, entre 1960 y 2013 fueron detenidas por motivos políticos unas 40.000 personas, un número descomunal para las pequeñas dimensiones de este país. Resulta aun más sorprendente saber que más de 30.000 de esas personas no fueron finalmente imputadas. Es decir, tres cuartas partes de los detenidos por causas políticas durante ese periodo lo fueron sin pruebas suficientes para ser juzgados. Muchos de ellos fueron torturados, como bien sabe todo el mundo aquí. Ese mismo informe, encargado por el Gobierno de Lakua, cifra en alrededor de 5.500 las denuncias públicas por malos tratos. Otras fuentes doblan esa cifra.


Estos datos estadísticos dan la medida exacta de la arbitrariedad e impunidad con la que los Cuerpos de Seguridad del Estado han perseguido a amplios sectores de la población vasca durante las últimas décadas. Cabe recordar que las condiciones de detención en este contexto han sido de total excepcionalidad, en especial por la existencia de la incomunicación y por el espacio de impunidad para los malos tratos que esta habilita. Estos datos ofrecen también una explicación sencilla al fenómeno complejo del exilio político en Euskal Herria.


Mil y una historias unidas por la solidaridad
La casuística del exilio es infinita. Entre los exiliados vascos están desde figuras ilustres de nuestra cultura como Joseba Sarrionandia –mucho antes también lo fue Miguel Unamuno–, hasta estudiantes, oficinistas, obreros o simples militantes. Algunos eran de ETA, como el mencionado Sarrionandia, y otros muchos no. Recientemente la segregación política en el Estado español forzó a muchos activistas políticos a cruzar la «muga».


Evidentemente, entre los exiliados vascos ha habido de todo, incluso bastantes de aquellos conversos que ahora pontifican sobre ética y establecen rigurosas exigencias que ellos no cumplirían. Dicen que en el exilio se aprende a borrar el rastro, pero la clase de supervivencia que aplica esta gente no tiene nada que ver con esto. Es simple hipocresía y ventajismo.


Una parte importante de quienes se fueron por razones políticas ha muerto en el exilio, lejos de los suyos. No cabe olvidar aquí a las víctimas de la guerra sucia. Precisamente, antes de recurrir al manual, algunos políticos deberían recordar las responsabilidades que tuvieron sus partidos en la muerte de esas personas. Una responsabilidad que ha quedado impune. Los estados han generado y utilizado el exilio como arma perversa, desde la deportación hasta los confinamientos. Han forzado la legalidad en los procesos de extradición, con aberraciones jurídicas como las euroórdenes, y han traspasado los límites de la misma a menudo. Casos recientes como la desaparición y muerte de Jon Anza así lo evidencian. El Colectivo de Exiliados ha mostrado su disposición a aportar su experiencia y conocimiento a recuperar la memoria y a conocer la verdad de lo ocurrido, pero tienen tantas respuestas como preguntas sin responder. Entre ellas la más rotunda: qué pasó con sus compañeros.


Muchos de los refugiados que regresan ahora salieron de sus pueblos siendo casi adolescentes y regresarán siendo abuelos. Vuelven a a unos orígenes con los que han mantenido un contacto complicado por mil y una trabas, pero alimentado por la solidaridad, uno de los valores centrales del represaliado.


El compromiso adoptado por este colectivo es importante, entre otras cosas porque visualiza una realidad a menudo ocultada del conflicto vasco. Como expresaron ayer los propios afectados, la solución pasa por el retorno a casa de todas las personas presas y exiliadas. Y gracias a esta clase de pasos, hoy ese escenario está más cerca.

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