El giro autoritario también puede llegar con aplausos

El Parlamento húngaro aprobó entre aplausos instaurar el estado de emergencia y otorgar poderes casi ilimitados al Gobierno que, a partir de ahora, podrá legislar por decreto prácticamente sin el concurso del Parlamento. Además, la nueva ley restringe la libertad de expresión, con penas de hasta cinco años de cárcel para quienes difundan información falsa. La oposición había pedido que se estableciera un límite temporal a su vigencia, pero no ha conseguido acotar el periodo extraordinario, lo que aviva los temores de que se pueda alargar más allá de la causa que lo justifica: la emergencia sanitaria provocada por el coronavirus.

Con estos cambios, el Ejecutivo liderado por Viktor Orbán tendrá amplios poderes para gobernar y además contará con una ley mordaza que condicionará el ejercicio de la libertad de prensa en Hungría. Esta situación ha provocado críticas de asociaciones de derechos humanos e incluso de la ONU; sin embargo, la Unión Europea se ha mostrado más comprensiva y de momento se ha limitado a señalar que estudiarán las medidas de emergencia aprobadas por los veintisiete. El Gobierno conservador esloveno, encabezado por Janez Jansa, también está aprovechando el ejemplo húngaro para recortar derechos y libertades, aunque todavía no ha decretado la alarma sanitaria.

Salvando las distancias existentes, no hace falta mirar hacia al Este para constatar que el estado de emergencia deja al descubierto actitudes abiertamente reaccionarias, habitualmente cobijadas bajo el manto que proporciona la democracia. Tampoco hay que mirar tan lejos para constatar el control que se ejerce sobre la prensa, especialmente notorio en el caso de la televisión pública vasca. Ni para certificar la pulsión autoritaria con la que actúan muchos policías y militares en las actuales circunstancias. Y conviene recordar que también el fascismo llegó al poder entre aplausos para calibrar en sus justos términos las amenazas que se ciernen sobre la democracia en todas partes.

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