El recurso al escenario de la derecha española en el poder no basta, pero requiere un análisis
Todas las fuerzas que han posibilitado el Gobierno de Pedro Sánchez coinciden en decir que, aun siendo una perspectiva compartida, ya no es suficiente con plantear que la alternativa al actual Ejecutivo español es la llegada de PP y Vox al poder. Mientras tanto, la estrategia golpista de la derecha española se sigue desplegando paso a paso, siguiendo un guion prestablecido que se enriquece con aportaciones de diferentes frentes, a veces de forma espontánea y otras de manera claramente organizada.
Desde la Conferencia Episcopal planteando la necesidad de un adelanto electoral hasta los antiguos dirigentes del PSOE pidiendo la dimisión de Sánchez, todo aporta a una dinámica que José María Aznar sintetizó en 2023. «¿Qué se puede hacer? Pues el que pueda hablar, que hable. El que pueda hacer, que haga. El que pueda aportar, que aporte. El que se pueda mover, que se mueva. El que pueda intentar…», decía entonces el expresidente español, en una clara llamada a activar el modo golpista en el que han funcionado desde entonces los reaccionarios y sus satélites.
Hace una semana Aznar hizo una entrevista en “El Mundo” en la que actualizaba esas consignas e iba mucho más allá. Desplegaba su plan, no ya para la toma del poder, no solo para revertir los avances logrados en Madrid por las fuerzas progresistas, sino para implementar una revolución reaccionaria que cruja incluso las estructuras del Estado español. Paradójicamente, quizás sueña con liquidar el régimen del 78.
Resumida y destilada, su tesis es que las próximas elecciones españolas serán plebiscitarias porque, por culpa del PSOE y de las fuerzas vascas y catalanas, la ciudadanía se verá obligada a pronunciarse sobre el carácter «confederal y plurinacional» del Estado, lo que en palabras de Aznar supone una «crisis constitucional». De ahí deviene la legitimidad golpista.
En consecuencia, serían unos comicios de caracter «constituyente», y de ganarlos la derecha no debería entenderlos en clave de legislatura, sino de restauración del orden. La derogación de las leyes de memoria histórica –de las que Aznar dijo que eran «un disparate hecho por terroristas y pactado con terroristas»– o la revisión centralista del Estado de las autonomías –en la entrevista plantea que ante la «deslealtad constitucional» de vascos catalanes el punto de partida no sería el actual, que habría que «partir desde cero»–, son parte de ese plan. Siguiendo el ejemplo del trumpismo pero en versión castiza: primero la rendición y luego, si eso, la negociación.
Parafraseándole, «el que quiera entender, que entienda». Y el que no, que no imposte sorpresa.
Hablemos, pues, de procesos constituyentes
Las tesis de Aznar establecen un marco que conviene analizar en serio. La otra opción es rendirse al fatalismo, calcular beneficios particulares o asumir el dogma de «cuanto peor, mejor». Una irresponsabilidad.
El gurú antidemocrático da pistas para prever escenarios, ordenar prioridades, acordar consensos y disensos… en definitiva, para plantear estrategias alternativas. Una estrategia que por definición no será única, pero que para poder competir políticamente contra el mando único autoritario debería ser compartida. Convergente en algunos puntos y divergente en otros, si por intereses o falta de talento ese consenso de mínimos no se da, cada pueblo y cada fuerza deberá recalcular sus perspectivas y oferta política.
Ante un escenario constituyente, las instituciones vascas y sus territorios, sus dirigentes y la sociedad civil no deberían fiarlo todo a su tradición rebelde frente al autoritarismo y resistente al gobierno foráneo e impuesto. Deberían ser capaces de activar dinámicas audaces y mecanismos eficaces para adelantarse a los acontecimientos, inspirando y empoderando democráticamente al pueblo vasco.