El Gobierno de Iruñea dio ayer una vuelta de tuerca a las medidas restrictivas para tratar de frenar al coronavirus. Nafarroa quedará más o menos sellada, y bares y restaurantes bajarán la persiana, entre otras medidas. Viendo las cifras y las decisiones que se están tomando en otros puntos de Europa, podría considerarse que las medidas llegan tarde. En cualquier caso, lo que toca esperar es que las restricciones, junto al imprescindible compromiso colectivo –que también ha fallado–, logren frenar el avance de esta ola antes de vernos abocados a un confinamiento estricto o, pongamos por caso, a un cierre de las escuelas. Otros territorios en mejor situación que Nafarroa, pero con una tendencia también ascendente, harían bien en tomar nota. La primera ola nos enseñó que cuanto más tarde, peor.

Las quejas del sector hostelero son comprensibles, pero la evidencia existente sobre la propagación del SARS-CoV-2 es la que es y los bares son espacios cerrados, a veces no suficientemente ventilados, en los que nos quitamos las mascarillas. No son el único espacio de estas características, eso es cierto, pero que la salud pública y la educación van por delante de la hostelería no debería generar mucho debate. Lo exigible a las instituciones, más aún con el tiempo que han tenido, son garantías de supervivencia. Además de los ERTE, los pequeños establecimientos necesitan moratorias en los alquileres y los suministros.

Con todo, los confinamientos y las medidas restrictivas no van a hacer desaparecer el virus. Nos dan tiempo y aire para limitar sus consecuencias, nada más. Esta ola pasará –en manos de todas y todos está que sea cuanto antes–, pero el SARS-CoV-2 seguirá circulando hasta que una vacuna lo saque de circulación, no sabemos cuándo. Convivir con él requiere un plan, una estrategia, unas pautas claras y hojas de ruta preestablecidas en función de la incidencia. La tardanza y la improvisación a la hora de tomar medidas indican que estos deberes siguen pendientes.