Es tiempo de superar los esquemas de resistencia

Los retos a los que se enfrenta actualmente la sociedad vasca no se corresponden con los tiempos que marca una legislatura, sino con los que marca al menos una generación. Lo cual no quita para que cada legislatura sea muy importante en la medida en que sirve, o no, como palanca para avanzar en la resolución de esos retos.

Se trata de cuestiones estratégicas que abarcan, por ejemplo, lo socioeconómico (crisis, precarización, tejido productivo y financiero, terciarización, vivienda, fiscalidad, pensiones, servicios sociales…), lo geopolítico (deriva europea, decadencia de los estados francés y español, guerras y crisis migratorias…) lo cultural (educación, normalización y desarrollo del euskara, empobrecimiento cultural, cambios tecnológicos, brechas sociales…) e incluyen otros temas, como se dice ahora, «transversales»: el medio ambiente y el desarrollo, la igualdad entre hombres y mujeres, el modelo de seguridad –en el caso vasco tiene particular relevancia el desmantelamiento de las políticas de excepción y sus consecuencias–, el sistema administrativo e institucional, el clientelismo y la corrupción, la soberanía y la democracia…

No es que en otros momentos estos retos no estuviesen presentes y no fuesen titánicos –son la sustancia de la vida política de cualquier pueblo–, sino que en este contexto de crisis del sistema adquieren un carácter más urgente, lo que obliga a tomar decisiones y a buscar acuerdos de país de más largo recorrido.

Esos acuerdos tienen también que reconducir el fondo y las formas de los conflictos abiertos durante la anterior fase política, marcada por los pactos de la transición española y la estrategia político-militar. La nueva fase política debe aspirar a ser algo más, algo diferente a una reproducción de «la anterior fase sin ETA». Un cambio tan relevante como el cese de la lucha armada altera las condiciones de la vida política y afecta a todas las fuerzas y estrategias. En un sentido o en otro, hasta ahora todas esas estrategias han tenido un componente muy importante de resistencia. Sería patético que ese siguiese siendo el espíritu central de la política vasca.

Resultadismo, juego político y gestión

El devenir de la política española incita a algunos políticos vascos a ese esquema de resistencia. La agonía de la transición española es evidente, y el resultante de esa crisis no augura nada especialmente positivo para la democracia, el respeto entre las naciones y la igualdad y el desarrollo de las sociedades. Los retos del Estado español son, quizás, mayores aún que los de los vascos. Es cierto que tienen el statu quo, la homologación por ser Estado y el respaldo internacional como garantía de estabilidad. Sin embargo, su capacidad para resolver esos retos es muy pobre y sus perspectivas francamente malas. Por mucho que para muchos vascos el marco intelectual y emocional de referencia siga siendo el español, siendo una sociedad tan distinta como lo es la vasca en su estructura comunitaria, en su cultura política y en sus relaciones, atarse al destino de España es un desastre como proyecto político.

Que esto sea así objetivamente no garantiza nada, mientras los independentistas no sean capaces de articular una propuesta política y lograr el apoyo social suficiente para cambiar esa realidad. O, cuando menos, que maduren suficientemente esas condiciones –en cierto sentido, que den respuesta a esos retos estratégicos–, para cuando se den acontecimientos que precipiten la situación política.

Las dimensiones de estos retos pueden empujar hacia la tentación conservadora, a limitar las ambiciones a no perder, a compararse y consolarse con la situación de los españoles. Iñigo Urkullu es un buen representante de esa visión. Pero la inacción condena a los países a depender de las decisiones de terceros y de las tendencias generales. En el caso vasco, inhibe nuestro potencial.

Tal y como analiza Iñaki Iriondo hoy en GARA, por diferentes razones, la legislatura que ahora termina en el Parlamento de Gasteiz no ha estado a la altura del momento histórico que vive Euskal Herria, de sus retos y de sus capacidades. Desde una perspectiva nacional, este hecho se compensa en parte con lo avanzado en Nafarroa e Ipar Euskal Herria.

En todo caso, dado que en apenas dos meses habrá elecciones y se abrirá otra legislatura, hay que recordar que tanto o más importante que los resultados electorales es su gestión política. La pasada legislatura así lo demuestra. Y eso vale por igual para todas las fuerzas.

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