Ética, emoción, inteligencia y la libertad como ambición

La impresionante manifestación de ayer en Bilbo por los derechos de los presos vascos estuvo marcada moral y emocionalmente por los testimonios de los «niños y niñas de la mochila», los menores que tienen a sus progenitores en prisión y alejados de sus casas. Esa carga emocional era clara y nueva, no tanto por ser del todo desconocida para muchos de los que defienden esos derechos como por ser expresada y reivindicada de una manera distinta.

Históricamente la izquierda abertzale ha sido refractaria a la categoría de «víctima», no solo en su utilización política por parte de sus adversarios, también en lo que respecta a las injusticias y crueldades sufridas por esa comunidad y sus miembros en sus propias carnes. Esa precaución no era gratuita, tenía un sentido político. Pero si esta es una nueva fase, debe tener elementos políticos diferentes.

Parece que ese movimiento para el que los presos y presas políticas son una parte nuclear por muchas y buenas razones, en su apertura a otras aportaciones, liderazgos y perspectivas en la defensa de todos los derechos para todas las personas y en la resolución de las consecuencias de conflicto ha encontrado por fin una fórmula para poner rostro a la mayor violación de derechos humanos que hay en este momento en Euskal Herria. Y lo ha hecho sin caer en el victimismo ni en esa instrumentalización que tantas veces ha denunciado en otros. Frente a quienes defienden que a mucha gente esto no le importa, les han demostrado por qué les debería importar.

Como en otros pasos dados en relación a las víctimas del conflicto armado, la clave de esta nueva dinámica es la empatía, ponerse en el lugar del otro, y el marco son los derechos humanos, sin condicionantes y con una perspectiva humanista y por tanto revolucionaria. Sin un esquema transaccional o de renuncia, actuando éticamente, de manera unilateral, adoptando las mejores posiciones de las que uno es capaz, tanto particular como colectivamente. Es, además, lo más inteligente. [Atención, la idea no es recrear estrategias ganadoras en términos particulares, sino de mejora comunitaria, de otras relaciones sociales y políticas, de derechos y libertades, de proyecto de país].

Esa voluntad tiene efectos profundos en el marco del debate público. Genera una pendiente por la que se despeñan quienes rechazan esa empatía y el marco de los derechos humanos. La suya una postura despiadada, empobrecedora y también muy poco inteligente.

Nuevos consensos para un futuro distinto
Parece ser que el Estado francés no quiere seguir por más tiempo la estela de la necedad y la indecencia de la política penitenciaria española. El trabajo de los «artesanos de la paz», de la sociedad civil y de los electos de Ipar Euskal Herria empieza a dar frutos. Concuerda además con la agenda corsa y con otras prioridades del Ejecutivo Macron. La unilateralidad del desarme en Baiona ha forzado la bilateralidad con París y ha mostrado un camino para lograr objetivos políticos que vayan a su vez acompañados de cambios sociales y en la cultura democrática del país. El anuncio de que en próximas fechas el Gobierno francés comenzará el acercamiento de los presos políticos vascos supone una gran noticia.

Sea por reflejo o por concertación, este movimiento parece que podría tener efectos en Madrid, tanto por la inestabilidad del PP allí como porque en Euskal Herria necesitan quebrar los nuevos consensos que se están tejiendo en torno a la resolución de las consecuencias del conflicto, en general, y respecto a la situación de los presos, en particular. Esos consensos, de los que solo queda al margen el PP, ya han comenzado a ir más allá del acercamiento y hablan abiertamente de acabar con la excepcionalidad jurídica y las políticas de venganza. Como en todo el resto de cosas, en las que el caso vasco es inaudito por la cerrazón de Madrid, los acuerdos deberán innovar y conjugar elementos de la justicia restaurativa y la transicional. Marcan un horizonte sin presos, para el que queda mucho camino pero que se dará en condiciones radicalmente diferentes de las actuales.

Desgraciadamente, la de ayer no va a ser la última manifestación por los derechos de los presos y por una resolución en clave de libertad y justicia. Pero esta dinámica, sea en el formato que sea y con la agenda que marque el momento político y las vulneraciones de derechos, debe sostener esa aspiración a ser un país sin presos y sin políticas vengativas; un país decente y libre.

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