Hay muchas razones para dar asilo a los refugiados

La cadena de inhumanidades que ha desembocado en la persecución y linchamiento de migrantes y refugiados en Turquía y Grecia está dando el tiro de gracia a la maltrecha arquitectura del asilo, un derecho reformulado al acabar la Segunda Guerra Mundial al abrigo de la Declaración de Derechos Humanos y la Convención de Ginebra sobre los refugiados. Son dos instrumentos maltratados, casi olvidados, que siguen, sin embargo, aportando un poco de luz entre tanta oscuridad.

Pero esa llama se está apagando. El Gobierno griego ha suspendió por un mes el derecho de asilo con el apoyo absoluto de la Comisión Europea; también con la de gobiernos como el español, cuyo ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, se solidarizó ayer con Atenas. Que Europa trate de solucionar la crisis con una cumbre de sus ministros de Interior lo dice prácticamente todo. Que Margaritis Schinas, vicepresidente de Promoción de Valores Europeos –ahí es nada–, conteste que «no tiene que opinar ni juzgar una situación excepcional» dice el resto.

Hay muchas razones para defender el asilo de las personas que están llegando a las puertas de Europa. La principal es la humanitaria y no admite demasiada discusión. La segunda es el respeto a la legalidad internacional: esas personas huyen mayoritariamente de guerras como las de Siria o Afganistán, y Turquía las utiliza como peones en su pulso con Europa a cuenta de Siria. Pero también hay razones políticas: la violencia empleada contra los refugiados refuerza de forma intolerable el marco de la extrema derecha en Europa, a la que se da alas de la forma más irresponsable posible. Será la ciudadanía europea, junto a los y las refugiadas, la que pague las consecuencias.

Por último, que se pueden hacer las cosas de otra forma lo demuestra el anterior Gobierno de Syriza, que hizo frente a crisis similares en situaciones económicas mucho peores, y que acogió como pudo a miles de personas mientras Europa negociaba unas cuotas que nunca cumplió.

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