La acumulación de riqueza amenaza la democracia

Un año después de que comenzaran las restricciones a causa de la pandemia algunas cosas apenas han cambiado. El parón de la economía ha sido brutal, sin embargo, la acumulación de riqueza sigue disparada, incluso se ha acelerado. Mientras la mayoría de la población trata de sobrevivir, los milmillonarios de EEUU se han hecho de media un 45% más ricos en un solo año. Y en algunos casos, la fortuna de estos ricos –y de ricos del resto del mundo– se ha multiplicado varias veces.

Ese aumento de patrimonio se debe a que en muchos casos las compañías que se han revalorizado son en realidad monopolios que dominan no solo el mercado sino también, y cada vez más, aspectos fundamentales de la infraestructura de nuestra sociedad: el comercio, la logística, la información y las comunicaciones. Monopolios que además se han aprovechado del enorme flujo de dinero emitido por los bancos centrales. Solo una ínfima parte de estas emisiones ha beneficiado directamente a los trabajadores en ERTE o a los autónomos. La parte más voluminosa ha terminado en la bolsa, empujando las cotizaciones de esos monopolios al alza y haciendo a los milmillonarios todavía más ricos y poderosos. Por esa razón, esta creciente desigualdad en el reparto de la riqueza, además de obscena e inaceptable, está socavando las bases de la democracia. No se puede hablar de democracia cuando a la mayoría de la gente no le llega para pagar el alquiler o la calefacción y, sin embargo, unas pocas personas pueden comprar países enteros y acumulan poder suficiente como para tomar decisiones fundamentales en ámbitos vitales.

En este contexto es absolutamente imprescindible una fiscalidad que redistribuya la riqueza. Las grandes compañías monopolísticas, además de por sus beneficios, deben pagar por su dominio del mercado y los milmillonarios, por el excesivo poder que acumulan. En caso contrario, la naciente plutocracia devorará la democracia.

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