Los aranceles revelan la dependencia europea

Tras varios retrasos, y a falta de los cambios de última hora que pueda introducir el presidente de EEUU, Donald Trump, hoy entrarán en vigor los nuevos aranceles aduaneros que deberán pagar los productos que entren en EEUU. En general, los países que tengan una balanza comercial positiva abonarán un 15%, como la UE; aquellos que tengan un saldo comercial negativo, el 10%, como Gran Bretaña; y aquellos con los que no se ha cerrado un acuerdo, el 30%. Además, EEUU mantiene las tasas del 50% a la importación de acero y aluminio.

Si bien la idea general era reducir el déficit comercial e impulsar la industrialización del país, en la práctica la negociación de los aranceles ha estado sujeta a otro tipo de objetivos políticos: en el caso de Brasil el proceso judicial contra Jair Bolsonaro o el tráfico de fentanilo en lo que respecta a Canadá. Todo ello hace muy confuso el proceso de negociación y los verdaderos objetivos, lo que acerca estos acuerdos arancelarios a algo parecido al pago de un nuevo tributo señorial. El acuerdo alcanzado a finales de julio con la Unión Europea es una buena muestra de ello. A los aranceles a los productos europeos es necesario añadir los acuerdos de compra de energía y armas, así como el compromiso de realizar cuantiosas inversiones en la economía de EEUU. Asimismo, la UE se ha comprometido a no establecer aranceles a los productos estadounidenses y a rebajar las barreras no arancelarias, como los certificados sanitarios a los productos agrícolas. No está claro qué es lo que la Unión Europea ha logrado salvar con la firma de este acuerdo que más parece una claudicación.

El mal arreglo negociado por la Comisión deslegitima a la UE, que aparece como incapaz de defender los intereses europeos. Una consecuencia que a corto plazo favorece a la extrema derecha, que ya se ha lanzado a canalizar el malestar hacia la incompetencia de Bruselas. Sin embargo, a largo plazo la subordinación económica, militar y energética que Trump pretende imponer choca frontalmente con el perfil supuestamente nacionalista de esas fuerzas. La lucha por la soberanía vuelve aparecer como la clave del futuro económico.

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