«Naparra», impunidad más inhumanidad

Cuarenta y cinco años son un periodo temporal muy largo se mire como se mire, más de la mitad del ciclo de vida medio. Si todo ese tiempo, casi 16.500 días ya, transcurre buscando a un familiar desaparecido, supone una auténtica barbaridad, una tortura permanente. De hecho, José Miguel Etxeberria Álvarez tenía 22 años cuando lo secuestraron sin dejar rastro alguno, era muy joven, y si hubiera seguido vivo hoy habría cumplido ya los 67. Por expresarlo en tiempos políticos y no biológicos, aquel 11 de junio de 1980 queda ya más cerca de la guerra del 36 que de este 2025. Y sin embargo, un silencio espesísimo sigue cubriendo lo ocurrido y maltratando de por vida a una familia, desde el primer día hasta este último. Basta ya.

Esa familia nunca ha tirado la toalla en la búsqueda y ayer mismo volvió a recordar a ‘Naparra’ en su baserri de Lizartza junto a decenas de personas. Cualquier reparación que se acometería sería insuficiente a estas alturas, pero su causa interpela todavía a la justicia y a la verdad, a ambas. La actitud de los poderes del Estado –de los dos estados en este caso– sigue tan cerrada como en aquellos años posfranquistas. El último ejemplo lacerante ha sido que hicieran falta siete años para autorizar judicialmente la excavación en la segunda localización posible de los restos, en un bosque de Las Landas, y que luego la intervención se despachara en pocos días y sin comunicar su finalización a las familias, como un trámite incómodo y peligroso.

La ONU tiene catalogado este caso de ‘Naparra’ hace años como una desaparición forzada, y por tanto como delito que no prescribe, al igual que no prescribe el dolor de las familias porque esa herida sigue imposible de cerrar. En coherencia con eso, debería investigarse a fondo y sin descanso. Es evidente que, como en tantos otros casos de violencia estatal, Madrid –y París por extensión– han superpuesto otro esquema: el de la impunidad. Pero si no va a haber justicia, debería existir al menos verdad. A la impunidad no puede seguir sumándosele tal dosis de inhumanidad. «Non duzue Naparra?», es tan sencillo como eso.

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