Necesario cálculo de riesgos y ¿beneficios?

La muerte de un joven de Calahorra corneado por una vaca en fiestas de la localidad navarra de Lerín debe mover a la reflexión, porque no se trata ni mucho menos de un suceso aislado, como muestran los ocho fallecimientos registrados solo en Nafarroa en los últimos siete años. Habrá quien la zanje de un plumazo, para lo que no faltarán razones. Quien defienda, por ejemplo, que todas las actividades festivas con ganado bravo deben prohibirse de modo fulminante por el maltrato animal que acarrean. O quien, en sentido absolutamente contrario, argumente que estos encierros son una tradición imprescindible y el joven de Calahorra sabía a lo que se exponía y actuó con total libertad y consciencia, más aún cuando se trataba de un habitual en los concursos de recortes.

El caso es que ni una ni otra posición cierran la cuestión, que planteada en esos términos amenaza con reproducir un debate sin fin, eterno. El alcalde de Iruñea, Joseba Asiron, cogía ayer el toro por los cuernos al apuntar algo incontestable desde parámetros realistas: hoy día no hay una posición social mayoritaria en favor de la supresión de los encierros que hacen de los Sanfermines lo que son. Así que, aunque plantearlo con un fallecido sobre la mesa parezca –y lo sea– impúdico, resulta imprescindible hacer en cada caso una estimación de los daños y beneficios que producen este tipo de actividades y ponderarlos en una balanza. Primero los humanos, obviamente, pero también otros, incluidos los económicos.

Y desde esta perspectiva, hay cosas realmente difíciles de entender y seguramente fáciles de evitar, como que una localidad del tamaño de Lerín acumule en las últimas tres décadas tantos muertos como el multitudinario encierro de Iruñea. O que en pueblos con infraestructuras mínimas y sin capacidad siquiera para impedir la entrada de menores se suelten reses con capacidad de matar a una persona. O que en ciertos consistorios casi la mitad del presupuesto de fiestas se destine a esta actividad. Sinsentidos que no puede lavar ninguna tradición.

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