No es derecho a defenderse, es una estrategia de exterminio

La conmemoración del día de la Nakba, cuando se recuerda la expulsión y el éxodo de gran parte de la población palestina de sus hogares en 1948, coincidió ayer con nuevos bombardeos sobre Gaza y diferentes ataques contra la población árabe en Israel. Van más de 135 muertes entre los palestinos, de los cuales al menos 33 son menores. Es decir, en torno a un 25% de las víctimas de los bombardeos y ataques han sido niños y niñas. Israel ha matado en esta refriega muchos más niños que milicianos. Ayer mismo, una familia de diez personas falleció en un ataque al campo de refugiados de Al Shati. Ocho de los muertos eran niños y niñas palestinas. Por contraste, en total, nueve ciudadanos israelíes han muerto en ataques palestinos en estos seis días. El desequilibrio de fuerzas es bestial. Con este balance, todo intento por argumentar la escalada militar por parte de Tel Aviv está condenado a aparecer como una declaración de crueldad.

Más aún si se tiene en cuenta que el origen del enfrentamiento armado esta vez son los ataques de los colonos contra los vecinos de Sheikh Jarrah y de las Fuerzas de Seguridad contra los asistentes a la mezquita de Al-Aqsa. Intentos ambos de humillar a la población palestina. Sean tácticas bélicas o intrigas electorales, el resultado es fatal para los más débiles, la población civil árabe.

Una posición cada vez más cruel e insostenible

Antes de esta escalada, Human Rights Watch acusó a Israel de cometer «crímenes de apartheid y persecución». Según esta ONG, el Gobierno aplica una política de «discriminación sistemática» para «mantener el dominio de los judíos israelíes sobre los palestinos». Se trata de crímenes de lesa humanidad según el Estatuto de Roma, que define el apartheid como un «régimen institucionalizado de opresión y dominación sistemáticas de un grupo racial sobre cualquier otro» con la intención de «mantener ese régimen». Por esa razón, HRW insta a la Corte Penal Internacional a hacer su trabajo.

De igual manera que no se puede utilizar la palabra holocausto en vano, no se debe utilizar la palabra apartheid a la ligera. Es terrible que sea en nombre del pueblo judío que se apliquen estas políticas criminales. Pero es así. A estas alturas están de acuerdo en esto ONGs norteamericanas y figuras importantes de la lucha contra el régimen racista sudafricano, como Ronnie Kasrils.

La sensación por parte una gran mayoría de la ciudadanía israelí de ser unos incomprendidos ha derivado en un cinismo institucionalizado que permite cualquier cosa en nombre de Israel: segregación social y económica, sectarismo, censura, torturas, colonias ilegales, detenciones irregulares, ejecuciones extrajudiciales, bombardeos indiscriminados… Todo ello adornado con un victimismo que choca con el balance real de víctimas, con los discursos de odio y con todas las evidencias de que en Israel se ha legalizado la segregación a la población palestina. Lo más grave de este último conflicto son los ataques por parte de vecinos judíos a la población árabe en pueblos y barrios donde esta es minoría. La derechización de la población israelí y la institucionalización de la discriminación lo han facilitado.

Uno de lo principales fundamentos del sionismo era la existencia de un fuerte antisemitismo y la necesidad de garantizar un lugar seguro, un hogar para el pueblo judío. Lo que están haciendo a los palestinos nada tiene que ver con eso y hay que señalarlo, denunciarlo y actuar en consecuencia. Esto no tiene nada que ver con el derecho de Israel a defenderse, sino con un plan de exterminio del pueblo palestino, haciéndolo inviable y convirtiendo una resolución justa en imposible.

La comunidad internacional no debe permitir esta política unilateral de hechos consumados. Y el mundo no puede permitir semejante barbarie. Es momento para la solidaridad con Palestina y para el boicot a este régimen. La opinión pública internacional está viendo horrorizada estos ataques. En este sentido, ayer se abrió otro frente al lanzar el Ejército cuatro misiles contra el edificio desde el que emitía Al Jazeera en Gaza y donde estaban las oficinas de la agencia Associated Press. Gary Pruitt, el director AP, lamentaba que «el mundo sabrá menos de lo que ocurre» en Gaza. Y, sin embargo, el mundo entenderá hoy mejor que nunca en qué clase de Estado indecente se ha convertido Israel. Un Estado dual con una ciudadanía plena y privilegiada y una población de segunda discriminada hasta en las cosas más básicas. Por poner un ejemplo gráfico y muy actual, el primer país del mundo en vacunación y a la vez capaz de apedrear ambulancias y bombardear hospitales. 

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