Después de lograr que la moción de censura prosperara, el secretario general del PSOE, Jose Luis Ábalos, reconoció que la victoria había sido completamente inesperada. Sin embargo, la impresión que han dejado los acontecimientos posteriores es completamente diferente, sobre todo con la traca final que llegó tras la reunión con Felipe VI. Para ser una situación imprevista ha funcionado como un reloj suizo.

Es un gobierno contradictorio, aunque se intuyen avisos bastante claros. El nombramiento de una funcionaria de la UE al frente de Economía es un mensaje nítido a Bruselas de que Madrid cumplirá sus compromisos con el euro y la estabilidad presupuestaria. Irá acompañada de un jacobino como Josep Borrell en Exteriores, con la voluntad de recuperar el terreno perdido ante el independentismo en el ámbito internacional, especialmente en Europa.

La elección de Grande-Marlaska en Interior señala la voluntad de mantener el orden interno pasando, si es necesario, por encima de los derechos civiles. También por encima de lo que diga el Tribunal de Estrasburgo. Los casos son muchos, pero solo el de Beatriz Etxebarria –y la condena posterior del TEDH– sirve por sí solo para cuestionar de raíz las pretensiones europeístas y feministas del nuevo ejecutivo. Una cosa es obedecer a la Troika y otra asumir el sistema de garantías que acompaña a la construcción europea. Una cosa (positiva) es nombrar a 11 ministras, y otra reivindicarse feminista al lado de Grande-Marlaska, que no movió un dedo cuando una detenida denunció haber sido sexualmente agredida por la Guardia Civil.

Por mucho que el resto de nombramientos –la mayoría con profesionales cualificadas en diferentes áreas– traten de mostrar la imagen de un país muy diferente al que en realidad es, no estamos ante un Gobierno fuerte. Es un ejecutivo que refleja los complejos y los cálculos electorales de un PSOE que da la izquierda por amortizada y pretende quitar la bandera del nacionalismo español a la derecha. Tiempos duros para el independentismo.