Optimismo económico carente de base sólida

La economía se ha convertido en una fuente de grandes preocupaciones para las empresas y, especialmente, para muchos trabajadores. Al parón provocado por la  expansión incontrolada de la pandemia se suman ahora los rebrotes de covid-19 que no proporcionan un entorno estable para que la actividad económica tome impulso. La subida del precio del oro, por ejemplo, que ha superado ya los 2.000 dólares por onza, indica que en este momento la incertidumbre domina la coyuntura económica. Es posible que esta situación continúe así durante un largo periodo de tiempo, lo que obligará a los agentes económicos a incluir en sus cálculos una creciente inestabilidad y constantes desequilibrios.

Es posible que ya se esté empezando a tomar en consideración el ruido de un entorno en permanente cambio, puesto que el índice compuesto de gestores de compras (PMI), una encuesta que se realiza a directivos de las empresas más representativas de varios sectores económicos, subió en julio por primera vez en cinco meses y superó la barrera de los 50 puntos, lo que significa que los directivos prevén cierta expansión económica a corto plazo. Una mejoría en las expectativas que no es homogénea en toda Europa y que muestra una recuperación a dos velocidades. Además, ese índice no viene acompañado de buenos datos sobre el empleo, especialmente en Italia, Estado español y Alemania, pero es tal la necesidad de buenas noticias en el ámbito económico, para animar a la gente a que gaste más, que estos datos fueron recibidos ayer poco menos que con euforia. Sin embargo, una mirada más pausada no encontrará muchas razones para el optimismo.

Esta constante sobrevaloración de las expectativas económicas para alimentar el círculo infinito de producción y consumo muestra la debilidad de un modelo económico con pies de barro. Pero lo peor es que no parece que de la pandemia se haya extraído ni una sola lección para transformar la economía y ponerla al servicio de la comunidad.

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