Principio de precaución y revisión crítica de los errores

La sensación general esta semana es que el virus ha aflojado su acoso en tierras vascas y más allá. No obstante, ayer se contabilizaron siete nuevas muertes. Van 2.098 personas fallecidas en Euskal Herria en apenas tres meses. Tampoco hay que perder de vista ni los lugares donde están padeciendo el covid-19 con toda su virulencia –en especial Latinoamérica–, ni los que sufren un trágico rebrote –como en el caso de Irán–. Lo cierto es que la desescalada va entre nosotros a mayor velocidad de lo esperado. En algunos casos, quizás, más rápido de lo deseable.

Como suele ocurrir en el terreno moral de los deberes, el rigorismo se aplica con mayor facilidad a los fallos ajenos que a las debilidades propias. Sin duda, la empatía se educa, también la corresponsabilidad. Ambas con dificultad, eso sí. Ni ponerse en la piel de otra persona ni ponerse a una misma en su sitio es sencillo.

En este momento, cuando la falsa sensación de seguridad es una trampa evidente, existe una gran tensión entre el necesario principio de precaución y la sensación de que se han abierto los toriles, por así decirlo. Los datos recuerdan que quizás haya pasado lo peor por ahora, pero esto está lejos de terminarse. Mientras, crece la percepción de que, si el bicho da un respiro, vivir no consiste solo en no morir.  

Madurez, por favor
No es fácil hacer convivir políticas de salud públicas destinadas a controlar una pandemia con ese nihilismo popular, de andar por casa. En su mejor versión, las dos perspectivas requieren una madurez comunitaria que hay que educar con tiempo y paciencia. En sus peores opciones, la precaución deviene en pánico autoritario y el vitalismo en irresponsabilidad pueril.

En un momento en el que todo el mundo destaca la madurez con la que los y las menores han asumido los cambios en sus vidas, cuando se ha subrayado con razón la disciplina con la que las personas mayores han asumido la constricciones, los responsables políticos y en general los adultos deberían dar ejemplo.

Es momento de pedir a la sociedad que esté preparada para lo peor, pero eso obliga a informarle de manera clara y bastante exhaustiva de cuál es la situación, qué cosas van bien, cuáles son los riesgos y explicarle por qué se toman ciertas decisiones. Exigir que la población siga un principio de precaución obliga a las autoridades a una transparencia que genere confianza. Eso implica mejorar la comunicación, no sofisticar la propaganda.

¿Autocrítica en un contexto electoral? Difícil
Precisamente, cuando la tragedia da un respiro, de igual manera que para la sociedad es el momento de recuperar cotas de normalidad sin perder la cabeza, para los responsables políticos es momento de revisar los errores cometidos en la gestión. Solo así se podrán plantear alternativas si se dan futuras oleadas o rebrotes. Es un ejercicio que están empezando a hacer en diferentes países. Es tiempo para tomar fuerzas y reflexionar en base a escenarios, preparándose para lo peor, pero sobre todo analizando que se puede hacer en cada uno de ellos.

En este sentido, las elecciones al Parlamento de Gasteiz del 12 de julio suponen una distorsión. En Ipar Euskal Herria, en cambio, la implicación de las instituciones municipales en la gestión de la pandemia es mínima y los temas que condicionan el debate político son otros, tal y como se ha podido comprobar en Baiona en los apoyos –o en la falta de los mismos– a Jean-Rene Etchegaray y Henri Etcheto de cara a la segunda vuelta. Cuidado, el escaso impacto del virus en esa parte del  país genera una distancia discutible sobre esta crisis.

Al sur del Bidasoa, cuatro meses después del desastre la herida de Zaldibar aún supura, con los dos trabajadores desaparecidos entre los escombros. Aunque el confinamiento haya convertido el tiempo en algo tan elástico, los escándalos de Osakidetza y la corrupción en Araba son muy recientes. En todo caso, la bandera electoral de Iñigo Urkullu es la gestión y, en este contexto, es difícil prever un ejercicio de autocrítica sobre cómo se gestiono, por ejemplo, las crisis de coronavirus en el clúster Txagorritxu o en las residencias de mayores.

El problema es que ahora estos debates se entienden como una estrategia de desgaste, cuando deberían ser parte de un debate estratégico para fortalecer las estructuras vitales del sistema político y socioeconómico vasco. Sea para resistir nuevos envites o para reconstruirlas en base a las necesidades actuales, son debates cruciales para garantizar el desarrollo de Euskal Herria.

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