Cyril Ramaphosa es desde ayer nuevo presidente de Sudáfrica, tras la dimisión la víspera de Jacob Zuma. La renuncia llegó tras comprobar este que ANC iba a cumplir la decisión de su comité ejecutivo de relevarlo, a pesar de las veladas amenazas que lanzó. Esa renuncia ha sido recibida con alivio por muchos sudafricanos que consideran que la presidencia de Zuma ha sido un desastre, que ha socavado las instituciones, ha fortalecido la corrupción, ha minado la capacidad del Estado para afrontar los problemas sociales y ha debilitado la economía. Esa esperanza es compartida por miles de activistas por la libertad y la justicia de todo el mundo, que pese a todo ven en Sudáfrica y en ANC un referente.

No son sencillos los retos que afronta el nuevo líder. En primer lugar está la lucha contra la corrupción: frenar la llamada captura del Estado por parte de los grupos económicos y restituir el prestigio de las instituciones. Asimismo, deberá hacer frente a la débil situación económica al tiempo que intenta reducir las enormes desigualdades. Tras una década marcada por los escándalos recuperar la ilusión de las bases será clave de cara a las presidenciales del año que viene. En este aspecto, la conferencia de ANC en diciembre adoptó algunas resoluciones populares pero de difícil ejecución: la gratuidad de la enseñanza superior, una amplia reivindicación tras las protestas de 2015 y 2016 pero que requiere de muchos recursos, y la expropiación de las tierras sin compensación, que exige un cambio constitucional para el que ANC no cuenta con mayoría suficiente, tras dos décadas de reforma agraria  fracasada.

Los retos que afronta Ramaphosa van a poner a prueba la capacidad de liderazgo que demostró al frente del sindicato de mineros, así como el talento para resolver problemas y buscar de acuerdos que exhibió al presidir la Asamblea Constituyente que redacto la Carta Magna de la nueva Sudáfrica democrática. Deberá guiar un trabajo comunitario que inspira, en un movimiento de liberación único.