Si de verdad no quieren hablar, ¿por qué sacan el tema?

Establezcamos los derechos humanos y el estado de derecho –en su sentido original y universal– como el marco sobre el que hay que pensar las relaciones sociales y políticas para la sociedad vasca del futuro. Ese marco ayudaría a establecer unas prioridades políticas, no todas, pero sí al menos las referidas a violaciones de derechos. Y, ¿quién podría estar en contra de establecer esos parámetros como guías de las agendas comunes de instituciones, partidos y sociedad civil en Euskal Herria?

El debate sobre los recibimientos a expresos y el caso de Andoain –último caso de torturas salvajes y sucedidas tras el cese de ETA, con una condena acordada entre la defensa, la Fiscalía y asociaciones de víctimas, cumplida íntegramente y con alejamiento– sería un buen test para ahondar en este ejercicio de política pública de memoria y derechos humanos. Ya que sacan el tema, hablemos un poco, pero sin asumir los dogmas del PP.

Ante todo, celebrar la libertad
Cabe comenzar por algunas obviedades. Nadie pone en duda de que entre las personas que acuden a dar la bienvenida a esos expresos hay personas que han apoyado a ETA. Su más de medio siglo de historia es inconcebible sin el apoyo popular que ha tenido.

No solo eso. Basta el dato de que 40.000 ciudadanos y ciudadanas vascas han sido detenidos por su relación con esa organización –aunque según el mismo informe, solo una de cada cuatro fueron finalmente procesadas– para entender la dimensión de ese apoyo. También la dimensión de la represión. Sin contar a los navarros, al menos 4.113 de esos detenidos han sido torturados.

Ese apoyo y esa represión se han retroalimentado, y a los recibimientos acude mucha gente que no apoyaba a ETA, pero que considera injustas las políticas vengativas e inhumanas. También acuden nacionalistas que sin aceptar la estrategia político-militar entienden el sacrificio y el compromiso que, aun de una manera que ellos reprueban, han tenido quienes abandonan ahora la cárcel. Y acuden vecinos y vecinas, conocidas, personas que estudiaron o trabajaron con ellos o con sus familiares y que han visto ese castigo añadido que nada tiene que ver con la justicia. Personas que en ningún caso quieren menospreciar a las víctimas, unos porque las respetan desde su responsabilidad en su dolor y otros porque empatizan con su sufrimiento. Todos y todas acuden esperanzadas por hacer las cosas de otra manera, por construir un país y una sociedad mejor bajo el principio rector de todos los derechos para todas las personas.

También hay que recordar que esa comunidad ya ha reformulado esos actos, que son ante todo de celebración de la libertad, responsables y sensibles al dolor ajeno. Eso es, hoy por hoy, un recibimiento a un preso en Euskal Herria. Va quien quiere, en conciencia y libertad.

Lo que hicieron, lo que les hicieron
Hay quien sostiene que la sociedad vasca debe hablar de lo que hicieron esos militantes, pero no de lo que les hicieron a ellos. Para empezar, ellos no rehuyen su responsabilidad. Pero, ¿no habíamos quedado en que el marco son los derechos humanos y el estado de derecho? ¿No es cierto que tanto al torturarlos como en el cumplimiento de su condena se han violado derechos? ¿No es cierto que, aun tratándose de procesos viciados por los malos tratos y bajo una excepcionalidad jurídica contraria al estado de derecho, la ley se ha impuesto con ellos pero no con lo que les hicieron a ellos? Hablemos, pues, de la impunidad de sus torturadores, la prevaricación de quienes no investigaron sus torturas, la falta de ética de los medios que no las relataron o la desidia de los representantes que miraron para otro lado.

Plantean el debate pero son incapaces de sostener un solo argumento que no termine por justificar o negar las torturas o por establecer dos varas de medir. Se amparan en la impunidad y actúan con ventajismo. Tienen además la mala conciencia de la cobardía, acrecentada por la asunción de responsabilidades del adversario. Siguen un esquema de rendición y humillación infantil e imposible. Buscan criminalizar valores que deberían promoverse, como el respeto, la responsabilidad, el compromiso o la amistad. Además, abren la puerta a cercenar derechos como el de reunión o expresión. ¿No han aprendido nada de Altsasu?

Si de verdad quieren hablar, la entrevista a José Ernesto Schulman es un buen comienzo. Él no tiene duda, «o estás con los torturados o estás con los torturadores».

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