También se les debe el reconocimiento oficial
«Sentí en las venas el sufrimiento de este pueblo». Así se expresa Amaia Antia Junco en la entrevista que hoy ofrece GARA en sus páginas. Se refiere a la muerte de su madre, Nati Junco, el 25 de diciembre de hace 17 años a consecuencia del accidente sufrido cuando se dirigía con su hija a visitar al compañero de esta a la prisión de Teruel. Ese era el mejor plan que madre e hija tenían para aquella Navidad. Navidad en la que hasta, o sobre todo, los discursos oficiales aluden a los y las ausentes y a quienes se encuentran en la lejanía. La entrevista trasluce dolor y crudeza –así como la impotencia del encarcelado–, pero también, por encima de cualquier rastro de rencor, determinación, dignidad y amor, señas de identidad de los cientos de familias que han padecido la política de dispersión y alejamiento.
Nati Junco y otras 15 personas murieron entre el hastío –y el temor– por los habituales viajes y la ilusión de ver a sus seres queridos, alejados por decisión política de un Estado que no dudó en emplear esa política de castigo y presión tanto en el marco legal como fuera de él. Un instrumento que consistía fundamentalmente en castigar al entorno afectivo de los presos y presas, que si algún delito había cometido, a ojos de aquellos gobernantes, era su apego inquebrantable a sus seres queridos. Sin necesidad de recursos retóricos, 35 años de dispersión y alejamiento no lograron romper ni siquiera debilitar ese vínculo, si bien hicieron pagar un alto precio.
El pasado 6 de diciembre rendían homenaje en Barañain a Karmele Solaguren, otra víctima de la dispersión. En ese acto de recuerdo se exigió el reconocimiento oficial de esa y las otras 15 víctimas de la política de dispersión y alejamiento. Se trata de víctimas no solo discriminadas según una categorización legal pero injusta, sino que además se ven relegadas al olvido, al «accidente fortuito» y no provocado. Esos 16 allegados y allegadas de presos y presas vascas no murieron por placer en la carretera, y otras muchas personas resultaron heridas en circunstancias igualmente evitables. Todas ellas no solo merecen, sino que además se les debe el reconocimiento institucional. El de su pueblo, y su cariño, ya lo tienen.