Un juicio político con un aire de familia de otros procesos

El juicio en Madrid contra los líderes del independentismo catalán comenzó con el intento por parte del tribunal y de la Fiscalía de negar la naturaleza política de este proceso judicial. Según avanzan las jornadas esa pretensión está saltando por los aires. No solo por la denuncia pública de los acusados, sino por la desvergüenza de los acusadores. Por ejemplo, la coletilla de los interrogatorios del fiscal Javier Zaragoza, preguntando si los representantes catalanes son miembros de Òmnium Cultural, expresa nítidamente la mentalidad autoritaria de los poderes del Estado español. El fiscal no entiende que al que delata esa pregunta no es a quien la responde, sino a quien la formula. Ya le han explicado que ni el franquismo prohibió a esa entidad cultural, pero ni a esas.

Nadie que haya visto siquiera retazos de la declaración de los acusados puede dudar que lo que se juzga ahí son sus ideas. Tampoco se puede dudar de la potencia política de esas ideas. Las miserias de este año político en Catalunya –tanto las inducidas como las endógenas–, habían hecho olvidar que se trataba de una generación de dirigentes con una talento destacable. Cada cual tiene sus particularidades, virtudes y paradojas, pero su nivel político y su liderazgo compartido fueron claves en los éxitos del independentismo.

Está por ver cómo operará en la mentalidad metropolitana este desequilibrio intelectual y de humanidad entre acusadores y acusados. Lo más probable es que acentúe los complejos de quienes se ven apabullados por la superioridad ideológica y moral de estos reos. Dónde y en su núcleo de poder, en el corazón del Estado español. Ese complejo es, precisamente, el origen principal de la catalanofobia hispana.

En este mismo sentido pero en el lado opuesto, no está claro si los catalanes han interiorizado del todo cómo funcionan los mecanismos de dominación españoles, qué mueve esa fobia y hasta que punto pueden ser despiadados con sus enemigos. Es un pueblo desacostumbrado a estos niveles de represión y arbitrariedad.

Aprender e impedir que repitan jugada

Uno de los principios que los abogados vascos han sacado de su paso por los tribunales de excepción de Madrid en estas décadas, es que allí, a menudo, los juicios se ganan a la vez que se pierden las sentencias.

Este juicio comparte un claro aire de familia con los procesos contra la disidencia vasca. Formalmente el tribunal está siendo más cuidadoso. En parte se debe a lo aprendido en las causas contra ciudadanos vascos. En el caso de esos otros juicios políticos, el paupérrimo estado de derecho español ha quedado una y otra vez en evidencia ante las instancias europeas.

Esta misma semana se convertía en firme la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que declaró que Arnaldo Otegi y la dirección de la izquierda abertzale no tuvieron un juicio justo. El objetivo evidente de su detención y encarcelamiento era abortar el cambio de estrategia y debilitar el liderazgo del independentismo vasco. En aquel caso la referencia al «terrorismo» fue perversa, porque el objetivo declarado de ese cambio era cerrar el ciclo de la lucha armada.
 
En el caso catalán, la acusación de rebelión es insostenible desde todo punto de vista, desde el metafísico hasta el gramatical, porque la única violencia fue la del Estado contra quienes querían votar. Ahora bien, la operación ha logrado parte de sus objetivos, destruyendo a la dirección política del movimiento independentista catalán y dificultando su estrategia. Aceptando que las condiciones para hacer libremente política en Catalunya ahora son muy escasas, este movimiento tiene dificultades comprensibles pero evidentes para reformular su hoja de ruta más allá de la resistencia.

La sensación es que algunas etapas quemadas en el conflicto vasco durante décadas se están pasando a toda velocidad en Catalunya. Muchas de las iniciativas catalanas tienen también su aire de familia con las dinámicas experimentadas en Euskal Herria. Una evaluación honesta de las mismas puede dar pistas de su eficacia.

El ciclo electoral pasado está marcado en Madrid por el dopaje corrupto del Partido Popular y en Euskal Herria por el veto antidemocrático e ilegal a los adversarios políticos. El Estado quiere reproducir esta jugada durante el ciclo que comienza ahora. Eso en un contexto general de retorno reaccionario que en España tiene genealogías propias. Las luchas por la emancipación deben tejer alianzas potentes y afinar sus estrategias.

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