Una tradición periodística exitosa y su legado comunitario

El cierre de “Egin” y “Egin Irratia” supuso un trauma social y político de consecuencias nefastas para la salud democrática de Euskal Herria, se mire por donde se mire. Se expandió el miedo, se instauró un régimen perverso, comenzó una nueva forma de segregación política. Instituciones y muchas personas de la sociedad vasca miraron para otro lado ante las injusticias más evidentes. Hubo temor y hubo ventajismo. Pocos responsables estuvieron a la altura de un ataque de estas dimensiones contra la libertad de expresión y contra un proyecto comunitario único, dinámico y fértil.

La clausura de estos medios de comunicación, inaudita desde la muerte de Franco, marca el inicio de una estrategia del Estado español para inhibir el potencial emancipador del independentismo vasco a través de la supresión legal de las libertades y los derechos mínimos. Se trata de un estado de excepcionalidad jurídica aplicada sobre una parte de su territorio, contra una parte de la ciudadanía, contra una sociedad, la vasca. Una legalidad con un sesgo étnico, por así decirlo, en la que ser vasco conlleva otros procesos y otras penas, algo que perdura hasta hoy en día. Un castigo añadido, una venganza, un chantaje. Una legalidad que por parcial resulta injusta, ajena a un Estado de derecho.

No es, ni mucho menos, que hasta ese momento existiesen las mínimas garantías jurídicas para desarrollar una lucha democrática contra la reforma constitucional del franquismo. El Estado practica una represión feroz en Euskal Herria, es despiadado. Son decenas de miles los detenidos, miles las personas torturadas, decenas las muertas. Entre ellas hay militantes de ETA, pero también parlamentarios, activistas y manifestantes.
Sin embargo, si la anterior fase estuvo marcada por la guerra sucia de los GAL de la mano del PSOE, el PP instauró otra estrategia basada en forzar la legalidad y aplicar la segregación sociopolítica. Se habla de «violentos», pero se cierran periódicos, se persiguen actividades políticas, se ilegalizan partidos y organizaciones, se encarcela y se inhabilita civil y políticamente a decenas de miles de ciudadanos y ciudadanas vascas.

El cierre de “Egin” fue declarado ilegal por los propios tribunales españoles, pero fue irreversible. Como lo son los años de cárcel injusta que sufrieron algunos de sus responsables. Para colmo, sorprendidos por la capacidad de un sector muy amplio de la sociedad vasca para crear nuevos medios, intentaron hipotecar esos proyectos endosando a GARA una deuda infame de 4,7 millones de euros, lo que condiciona del todo el mercado. De nuevo, pensaron que así ahogarían esta voz. ¿Qué otro proyecto empresarial podría superar semejante hándicap? Ninguno de sus medios clientelares, sin duda.

Una comunidad comprometida con el país

Que hoy se cumplan veinte años de la clausura ilegal de “Egin” significa que pronto, a comienzos del año que viene, GARA cumplirá esa misma edad. Un poco más adelante alcanzaremos el mismo tiempo que “Egin” estuvo en los kioscos. Son cuarenta años en total de una historia particular y exitosa del periodismo, muy inusual en el mundo entero. Esa historia está cortada en dos por un golpe fatal de un Estado autoritario, con virtudes y defectos a ambos lados de ese fatídico corte. El legado de “Egin” perdura en GARA y se esta desarrollando en medio de una profunda crisis del sistema y a la par de una revolución cultural y tecnológica brutal.

El periodismo se enmarca en tradiciones, en escuelas, en la memoria institucional que destilan las redacciones, en formas de entender el mundo y de plasmarlo en diferentes formatos. El periodismo debe ser, ante todo, honesto. Debe vigilar al poder, desde el más cercano hasta el más general; y ser crítico. Tiene que estar al servicio de la sociedad, formular sus demandas y acompañar sus ambiciones, elevando en la medida de lo posible el debate público. Tiene que ser creativo e ilustrador, en cierto sentido vanguardista sin por ello dejar de acompañar a su comunidad en sus transiciones y evoluciones, facilitando esos cambios. Debe aspirar a todo ello.

“Egin” inauguró esa tradición tras la muerte de Franco y GARA la debe llevar a otro estadio en el nuevo ciclo histórico que se ha abierto en Euskal Herria. Un tiempo en el que nadie debería mirar nunca más hacia otro lado cuando se den injusticias, en el que el principio rector debe de ser «todos los derechos para todas las personas». La comunidad que fundó e impulsó estos proyectos ha adquirido un compromiso con ese futuro y, desde el periodismo, esa es nuestra prioridad.

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