Una «visión distinta» requiere mirar más allá

La decisión del Tribunal de Estrasburgo de amparar al Estado español en su negativa a aplicar la directiva que quiere evitar el alargamiento inhumano de las penas en el sistema penitenciario europeo es un varapalo para los defensores de los derechos humanos. Ayer fue un día nefasto para quienes defienden, por un lado, que el punitivismo y la ingeniería jurídica no atajan problemas políticos y, por otro, que la cárcel no puede ser un espacio donde los estándares éticos se rebajen y los derechos humanos se supediten a criterios políticos.

Ayer celebraron la sentencia quienes tienen la venganza por bandera. También algunos nacionalistas españoles como los representantes del PSE, que prefieren que no se cuestione la calidad democrática de su Estado a que solucione problemas que en su sociedad generan uno de los mayores consensos políticos posibles. También lo celebró Fernando Grande-Marlaska, porque Estrasburgo refrendaba la postura que él defendió cuando era magistrado de la Audiencia Nacional. Claro, no pensaba lo mismo cuando el Tribunal Europeo de Derechos Humanos le reprendía porque bajo su tutela se dieron malos tratos a detenidos o porque no investigó la tortura.  

Sin embargo, pese al alivio de su ministro de Interior, Pedro Sánchez debería valorar muy negativamente la decisión de ayer. El presidente español comenzó su mandato defendiendo que había que cambiar la política penitenciaria aplicada a los presos políticos vascos por el PP. Fue vehemente y anunció una «visión distinta». Esos cambios no llegaron o lo hicieron muy tímidamente. El trato a los presos vascos sigue siendo colectivo y punitivo en extremo. Son tratados como cautivos de guerra, pese a que esa guerra ya no se da y Sánchez dice haberla ganado. Si entiende lo de ayer como otra victoria, abonará su derrota y su «visión distinta» no será más que ceguera. Solo tiene que hacer lo que prometió que haría. La sociedad vasca lo aplaudiría y, en realidad, a la española le da igual.

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