Jon Aranburu | 7K

Vikingos

Durante más de trescientos años sus incursiones fueron temidas. En cuatro continentes (sí, en cuatro) asaltaron, comerciaron, exploraron y se establecieron. Sus dioses y sus guerreros, pero también su sentido de la belleza, marcaron una era. Hoy, como hicieran hace diez siglos, vuelven a Inglaterra y toman al asalto el Museo Británico, de donde prometen no salir hasta el 22 de junio, por lo menos.

Roskilde 6, el mayor barco de guerra vikingo hallado hasta ahora. (Paul Raftery)
Roskilde 6, el mayor barco de guerra vikingo hallado hasta ahora. (Paul Raftery)

La exposición ‘Vikingos - vida y leyenda’ echa por tierra uno de los grandes tópicos sobre este legendario e indómito pueblo nórdico, aquel que sostiene que se trataba de guerreros invencibles... pero poco sofisticados. Pues resulta que no, que no eran tan bárbaros como quisieron hacernos creer. La exhibición abrirá sus puertas el 6 de marzo en la nueva galería Sainsbury, construida especialmente para este tipo de muestras temporales. Se trata de la primera gran exposición que el museo dedica a los vikingos en treinta años y ha sido organizada junto con el Museo Nacional de Dinamarca y el Staatliche Museen de Berlín, ciudad a la que se trasladará la exposición una vez cierre sus puertas en Londres el 22 de junio. El British Museum mostrará objetos no vistos antes en Gran Bretaña, junto con otros de su colección permanente y procedentes de Irlanda, además de los restos de un barco de 37 metros de largo hallado en un fiordo de Dinamarca.

Para cualquier marino, los vikingos son un pueblo mítico, un escalofrío en un banco de niebla, un compañero de singladura. Pocos marinos creen que Colón fue el primer europeo en divisar las costas americanas. Los vikingos llegaron mucho antes al norte y hoy se dan por ciertas las evidencias halladas en Terranova, sobre todo. Se sabe que contaban con los barcos necesarios para abordar el viaje, incluso en esas altas latitudes; y hoy muchos expertos aseguran que usaron para orientarse en los días sin sol las famosas piedras solares. La mitología nórdica o escandinava señala que los navegantes levantaban las piedras en dirección al cielo para determinar la posición del sol cuando estaba cubierto por las nubes. Hace un par de años, un estudio dado a conocer en una publicación especializada británica analizaba el hecho de que cristales formados de forma natural pueden selectivamente bloquear la luz en un proceso de polarización, es decir, las ondas de luz pueden ser restringidas a determinadas direcciones de oscilación. Vale, es algo complicado, pero esto simplemente sirve para ilustrar que siempre hay algún grupo de científicos en el mundo empeñado en descubrir cómo y cuándo llegaron los pueblos nórdicos al continente americano, seguramente tras hacer escala en el sur de Groenlandia.

Los vikingos fueron marineros de contrastada destreza que viajaron miles de kilómetros entre el norte de Europa y América del Norte. Con el factor añadido de que no contaban con una brújula magnética, que fue inventada en el siglo XIII, por lo que aquellos navegantes debieron haber apelado a otras herramientas o recursos náuticos. Ya que en caso contrario la única teoría plausible sería que se trataba de unos marinos sin miedo a nada que, simplemente, cubrían millas hasta dar con un pedazo de tierra en algún momento. Y esta parece una hipótesis demasiado simplista que no hace justicia a los vikingos. Obviamente, sin las estrellas, que debieron haber estado fuera del alcance de la vista durante los meses de sempiterna luz del verano, el sol habría sido la mejor opción para establecer su ruta de viaje, así que en los días nublados o con neblina, los navegantes se habrían guiado únicamente con la dirección que les indicaba el viento y las olas y, si los últimos estudios son ciertos, con las piedras solares.

Los vikingos fueron maestros en el arte de navegar a estima gracias al profundo conocimiento que tenían del abatimiento de sus barcos, de la deriva de las corrientes y de la relación entre la dirección del viento, el oleaje y las estaciones. Disponían de una rosa en la que habían marcado ocho divisiones espaciadas de tres en tres horas a partir de la medianoche, que correspondían a las ocho direcciones cardinales e intercardinales con un margen de error máximo de una hora según la temporada. Con ella trazaban rumbos en combinación con la «piedra solar». Sus estimaciones sobre la longitud también se realizaban de forma intuitiva, estimando las millas navegadas y el rumbo. Aun teniendo en cuenta el alto grado de inexactitud de estos métodos, lograron llegar a América y regresar con muy pocas bajas. O eso creen los expertos.

En sus viajes alcanzaron y hollaron cuatro continentes, aunque parezca increíble: Europa, por supuesto, hasta el sur; algunas zonas de Asia, el norte de África y el noreste de América, concretamente la costa de Terranova (Vinland para ellos). Entre las aguas que surcaron sus drakkars figuran el Mar del Norte y el Océano Atlántico, el Ártico y el Báltico, el mar Cantábrico, el Mediterráneo y hasta el Mar Negro y el Caspio. Todo ello entre los siglos VIII y XXI. El mapa que refleja los asentamientos vikingos en esos siglos retrata, de hecho, una odisea, una de las grandes.

Las embarcaciones que usaban para tales singladuras se conocen como drakkars, embarcaciones de casco trincado, es decir, con tablas o planchas de madera superpuestas unas a otras para construir el casco. Sin cuadernas, osea, sin costillas. Tapaban las juntas de unión entre las planchas con musgo impregnado de brea. La particularidad de este diseño, que también utilizaban otros pueblos de Europa septentrional además de los vikingos, era que la estructura interna de la nave, su esqueleto, se construía una vez que el casco iba tomando forma. Normalmente sucede al revés, que el esqueleto define la forma del casco.

Se trata de une excelente y atractivo diseño, orgulloso y aerodinámico, que algunos pequeños barcos de pesca todavía siguen utilizando, por ejemplo, en las islas noruegas de Lofoten, por encima del círculo polar ártico, latitud 68 grados norte. Un barco diseñado para volar, no en vano se considera que el nombre drakkar es una transformación de un antiguo término islandés usado para designar a los dragones. De hecho, era frecuente que el mascarón de proa de las naves vikingas consistiera en la representación de la cabeza de una de estas bestias fabulosas.

Más allá de las crónicas o sagas nórdicas que a menudo mezclaban fantasía y mitos con la realidad (reflejo de la época, por supuesto), se sabe hoy que los drakkars eran embarcaciones largas, estrechas (muy estrechas en relación a su longitud, sobre todo si los comparamos con los estándares actuales), ligeras y con poco calado, con remos en casi toda la longitud del casco y, posteriormente, montados con un único mástil y una vela rectangular que ayudaba mucho a los remeros, especialmente durante las largas travesías.

El mayor drakkar descubierto (en el puerto danés de Roskilde) tiene 37 metros de eslora, y el encontrado en Hedeby tiene la mayor relación longitud/anchura: 11,4 a 1. Sin embargo, barcos más recientes, optimizados para la navegación, tenían ratios más bajos, a menudo de 1 a 7 o incluso de 1 a5. Más racional para la navegación, por lo tanto, y más estable.

Y es precisamente el barco vikingo hallado en Roskilde, el más largo jamás hallado, la pieza central de la muestra ‘Vida y leyenda de los vikingos’ que albergará la nueva ala Sainsbury del Museo Británico.

Los pueblos vikingos tenían otros barcos, por supuesto; los drakkars estaban hechos para la velocidad, para explorar, para invadir, para llegar e irse rápido. Para el comercio contaban con otros barcos más anchos y de mucho mayor calado. Un buen drakkar podía alcanzar velocidades de 14 nudos (14 millas náuticas por hora o, lo que es lo mismo, casi 26 kilómetros por hora). Eran muy marineras, muy navegables, pero poco habitables.

Y sabemos todo esto, básicamente, gracias a los barcos fúnebres. En la sociedad vikinga era común que reyes y jefes fuesen incinerados junto con su drakkar y sus más valiosas posesiones. El barco funerario de Oseberg en Noruega y el drakkar anglosajón de Sutton Hoo en Inglaterra son buenos ejemplos. Pero se acaba de descubrir uno más en Escocia, una nave vikinga intacta y enterrada en algún punto de la costa escocesa que incluye los restos de un guerrero de alto rango con su hacha, espada, lanza y lo que podría ser la punta de un cuerno de bronce para beber, además de otros objetos como una piedra afilar proveniente de Noruega. Según los arqueólogos, que no han querido dar todavía detalles del descubrimiento ni han facilitado imágenes, el barco tiene más de mil años de antigüedad. Meses antes se habían encontrado un drakkar parecido en la isla escocesa de Orkney.

Gareth Williams

Según el comisario de la muestra, Gareth Williams, se trata de la primera gran exposición sobre los vikingos en el British Museum desde hace más de treinta años. La exposición permite desarrollar nuevas interpretaciones sobre lo que significaba ser realmente un vikingo. ¿Cuál era el alma de su identidad? Guerrero y comerciante, amante de la cultura y saqueador se mezclan y superponen en esta ambiciosa muestra. Una cosa queda meridianamente clara: no eran solo guerreros invencibles e insaciables invasores. Eran a la vez asaltantes y comerciantes y su sentido de la belleza, por ejemplo, marcó toda una era.

Esta exposición cuenta con muchos de los nuevos descubrimientos realizados en torno al legado vikingo y surgen en la Sainsbury Exhibitions Gallery objetos nunca antes vistos, algunos de los cuales presentamos en este reportaje por cortesía del propio Museo Británico, que ha cedido las imágenes a 7K. La muestra explora los hechos y los mitos sobre este pueblo nórdico y concluye que eran guerreros temibles, sí, pero no tan poco sofisticados como se nos hizo creer.

La extraordinaria expansión de los vikingos durante varios siglos creó una tupida red cultural y de contactos desde el Mar Caspio hasta el Atlántico Norte, y desde el Círculo Polar Ártico hasta el Mediterráneo. Los vikingos se vieron en un contexto global que puso de relieve las influencias de múltiples facetas que surgen de amplios contactos culturales.

La exposición presenta nuevas investigaciones y numerosos descubrimientos recientes han cambiado nuestra comprensión de la naturaleza de la identidad vikinga, de su comercio, de la magia y las creencias, e incluso del rol del guerrero en la sociedad.

Por encima de todo, desde luego, destaca el carácter marítimo del pueblo vikingo y sus notables habilidades en construcción naval, que fueron las que, en primera y última instancia, les permitieron sus logros marítimos, comerciales y guerreros.

Roskilde 6

En el centro de la exposición se encuentra, como ya hemos mencionado, el mayor barco de guerra vikingo hallado hasta ahora, el que se conoce como Roskilde 6. Este drakkar de 37 metros de eslora fue recuperado en la orilla del fiordo de Roskilde, en Dinamarca, en 1997. Desde la excavación, las maderas han sido cuidadosamente conservadas y analizadas por el Museo Nacional de Dinamarca. Las maderas que sobreviven –aproximadamente el 20% de la nave original– se han vuelto a reunir para su visualización en un marco de acero inoxidable que reconstruye el mismo tamaño y forma de la nave inicial (esto es lo que se puede apreciar en la fotografía que abre este reportaje. La construcción de la nave ha sido datada en torno al año 1025, el punto culminante de la época de los vikingos, cuando Inglaterra, Dinamarca, Noruega y posiblemente amplias zonas de Suecia se unieron bajo el imperio de Cnut el Grande. El tamaño de la nave y la cantidad de recursos necesarios para su construcción sugieren que era un buque de guerra «en activo», posiblemente relacionado con las guerras libradas por Cnut para reafirmar su autoridad sobre el efímero Imperio del Mar del Norte.

El tesoro de Harrogate

El Tesoro de Harrogate, que data de la primera mitad del siglo X, se mostrará en su totalidad en el Museo Británico por primera vez desde que fuera descubierto por buscadores de tesoros cerca de Harrogate en 2007 (condado de Yorkshire del Norte) y adquirido conjuntamente por el British Museum y York Museums Trust. Consta de 617 monedas, 6 pulseras y otras piezas; es el mayor y más importante tesoro vikingo desde que fuera hallado el Tesoro de Cuerdale en Lancashire en 1840, parte del cual también ha sido incluido en el exposición.

Con monedas y plata de lugares tan alejados como Irlanda y Uzbekistán, la muestra refleja el verdadero alcance de la red global vikinga, desde Afganistán en el este e Irlanda al oeste, desde Rusia y Escandinavia a la Europa continental. Representados en el tesoro aparecen tres sistemas de creencias (el islam, el cristianismo y, por supuesto, el culto a Thor) y al menos siete idiomas diferentes. Hay ostentosas joyas de oro y plata que los investigadores relacionan ahora con el profundo sentido de la belleza de los vikingos. Joyas utilizadas tanto por hombres como por las mujeres vikingas, como indica el comisario de la muestra.

Neil MacGregor, director del Museo Británico, dijo recientemente que «el alcance de las conexiones culturales de la época de los vikingos plasma una extraordinaria historia compartida por muchos países, especialmente en las tierras del norte y aquí, en las islas Británicas. Los nuevos descubrimientos y las investigaciones han dado lugar a una gran cantidad de información nueva sobre los vikingos, por lo que es un momento perfecto para dirigir una nueva mirada hacia una época crítica en Europa».

Como apunta el propio MacGregor, exposiciones temporales de esta naturaleza, calidad y ambición solo son posibles gracias a la ayuda externa, a la ayuda de otros museos, desde Escocia o Dinamarca hasta Berlín, adonde la exposición se dirigirá en verano.

La exhibición incluye, además, objetos hallados en la reciente excavación de una fosa común de vikingos ejecutados y decapitados en Dorset, Inglaterra. «Es un recordatorio de que los vikingos no fueron esos guerreros invencibles que cuentan las leyendas», apunta Gareth Williams, el comisario de la muestra.

Los que visiten la exposición no verán los típicos cascos vikingos con cuernos, advierte Williams, objetos que, asegura, fueron una invención de los ilustradores de cuentos del siglo XIX.

Un poco de historia

Tras la caída de Imperio Romano, se empezó a desarrollar en el norte de Europa una sólida cultura marítima y marinera basada en una tradición muy antigua que había permanecido oculta. Esta culminó con los vikingos, el pueblo marítimo por antonomasia de la historia de la humanidad, un pueblo que dominó el mar del Norte durante buena parte de la Edad Media. Fueron los primeros marinos con vocación claramente oceánica, lograron grandes hazañas, como el desembarco en América y la travesía fluvial desde Rusia hasta el mar Negro. Sus barcos fueron los mejores que hasta entonces se habían construido. Vivían en la costa de la península escandinava y de la actual Dinamarca y compaginaban la agricultura y la ganadería con la pesca y el comercio marítimo. Los vikingos desarrollaron el arte de la navegación a vela y construyeron las que iban a ser las mejores naves de altura que nunca hasta entonces habían surcado los mares.

El primer contacto de Roma con los navegantes del norte de Europa lo tuvo Julio César, en sus campañas en el norte de la Galia y Britania. En sus crónicas, el gran conquistador romano hace referencia a las sorprendentes canoas de piel de origen celta y a las robustas embarcaciones de roble y velas de cuero de los vénetos hacia el año 56 antes de Cristo.

Pero fue en el siglo VI cuando los vikingos se atrevieron a salir de la costa y se arriesgaron a la navegación de altura. Según los expertos, fue una decisión similar a la tomada por los fenicios: la intrincada orografía y las montañosas costas noruegas hacían muy difícil la comunicación por tierra, así que miraron al mar. En el siglo VIII, la población vikinga creció y se expandió hacia el Báltico de forma pacífica, según coinciden la mayoría de los estudiosos. Al mismo tiempo, iniciaron una constante emigración hacia el oeste en busca de nuevas tierras donde asentarse; los vikingos noruegos fundaron asentamientos en las islas Shetlands, las Orcadas, las Hébridas, Islandia, Groenlandia e incluso, gracias a estos «campamentos avanzados» que habían ido colocando, en la costa de Terranova. Esta expansión fue posible gracias al desarrollo que habían alcanzado sus extraordinarios barcos y a sus profundos conocimientos de las artes de la navegación de altura, como ya se ha dicho. Estos asentamientos hacia el oeste llegaron a su mayor desarrollo en el siglo IX, cuando el aumento de población en las costas vikingas coincidió con una etapa de escasez de recursos. También fue un periodo de numerosas luchas internas entre clanes familiares de Escandinavia, lo que motivó que muchos de ellos viajaran en busca de nuevas tierras.

La primera referencia histórica a las incursiones guerreras vikingas hacia el oeste data del año 793, cuando llegaron por mar al monasterio de Lindisfarne, situado en una remota isla del norte de Inglaterra, para asaltarlo y saquearlo.

Los mares por los que navegaban los vikingos son los más peligrosos e inhóspitos del hemisferio norte, y son terriblemente duros para los marinos. Sin duda debían de ser fuertes y resistentes al frío, a la humedad y al cansancio. Aunque novelas y películas sugieran lo contrario, los expertos coinciden en que los vikingos rara vez combatieron en el mar barco contra barco, por la sencilla razón de que, en realidad, no había naves rivales. Utilizaban sus drakkars para los asaltos en tierra, después de desembarcar, y en estas operaciones habían logrado una destreza inigualable. Entraban en las radas a toda velocidad y, aprovechando la solidez de sus naves, varaban en la arena casi sin frenarlas, al tiempo que saltaban por las bordas. De este modo se beneficiaban del factor sorpresa y causaban grandes estragos entre los desafortunados nativos.

 

Luego, por supuesto, comerciaban y esas cosas. Pero la entrada en escena era en plan vikingo, sin duda.