Ramón SOLA

Continúa el juicio, sigue la pedagogía

En 2009 Jordi Évole era «el follonero». Arnaldo Otegi estaba libre, sin sospechar que pasaría preso otros seis años. Lo realmente diferente desde aquella anterior entrevista era que entonces ETA mataba. Pero el planteamiento ayer fue idéntico, y muy similar al juicio de 2011. Y como ahí, Otegi intentó hacer pedagogía.

Confesó Otegi al inicio de la entrevista anoche con Évole que una de las sorpresas tras su liberación ha sido ver que «los niveles de crispación política han ido en aumento» contra él y la izquierda abertzale. Lo que siguió ciertamente le dio la razón, aunque el periodista ahora se limite a preguntar y haya aparcado aquel estilo provocador de «El Follonero». Ya habían pasado casi 50 minutos de programa cuando por fin se escuchó alguna pregunta que no se basara en ETA. Otegi respondió a todo con sinceridad y sin perder la calma, pero también algo cansado por seguir escuchando los mismos interrogantes que en 2009.

En el fondo, no hubo diferencia alguna entre el hilo conductor de esta entrevista –concertada, larga y con Otegi abierto a atenderle «sin limitaciones» como admitió Évole– y la que le realizó hace siete años –improvisada, con ambos sentados en unas escaleras y el líder independentista más esquivo –. En el fondo, tampoco hubo diferencia con el interrogatorio del fiscal y la jueza Murillo en el juicio de julio de 2011. A Otegi se le sigue preguntando si es «terrorista», por qué militó en ETA en los tiempos del franquismo, qué sintió con los atentados de Hipercor o Miguel Ángel Blanco, si ha contactado directamente con direcciones de la organización... Otegi respondió a todo, pero recordó también que ETA ya no atenta y sería más lógico hablar de futuro y no de pasado, como indicó que le han dicho incluso un policía y un guardia civil. Évole rizó el rizo del absurdo al despedirse así: «Ojalá en la próxima conversación no tengamos que hablar tanto de ETA».

Y pese a todo, como en aquel juicio de la Audiencia Nacional, Otegi intentó hacer pedagogía, superar el monotemático guión y trasladar algunas verdades desconocidas por la opinión pública española. Évole pareció sorprendido cuando puso sobre la mesa cosas perfectamente sabidas en Euskal Herria, como que casi todas las familias vascas conocen a alguien que ha militado en ETA, que no solo se ha torturado sino que él mismo sufrió la «bañera», que los atentados citados provocaban una conmoción humana general, que el hoy presidente del Congreso Patxi López estuvo alguna vez en el caserío Txillarre negociando con los representantes que Batasuna, que el cambio de estrategia fue fruto de un duro debate, que hoy el Estado torpedea el desarme... Y, sobre todo, aunque hubiera que esperar una hora para oírlo, lo más importante: «Yo estoy dispuesto a perder democráticamente, el problema es que el Estado no lo acepta. Si decide nuestra gente, nosotros siempre ganamos».

Los momentos álgidos de la entrevista fueron, paradójicamente, las preguntas que formuló a Otegi una víctima, Sara Buesa, hija del parlamentario del PSE muerto por ETA en 2000. Un encuentro entre ambos hubiera sido más interesante y mucho más constructivo. Entre tanto, probablemente lo poco que deje la entrevista en España sea que Otegi estaba en la playa el día que mataron a Blanco. Y la frustración del entrevistado/interrogado: «Esperaba otra cosa».