Mikel Zubimendi

Netanyahu convierte en promesa electoral el despojo y el botín territorial mediante la fuerza

El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, promete anexionar todas las colonias de Cisjordania y extender sobre ellas la soberanía israelí si es reelegido en las elecciones de este próximo martes

Una mujer árabe camina ante un cartel electoral de Netanyahu en Haifa. (Ahmad GHARABLDI)
Una mujer árabe camina ante un cartel electoral de Netanyahu en Haifa. (Ahmad GHARABLDI)

Netanyahu ha realizado una promesa que, aunque no sea en sí una sorpresa, sí puede tener consecuencias potencialmente catastróficas. Si es reelegido el próximo martes, durante su nuevo mandato anexionará todas los asentamientos de colonos israelíes de Cisjordania y Jerusalén este, sin distinguir si son asentamientos aislados o bloques de viviendas, y extenderá la soberanía israelí sobre ellos.

En otras palabras, un reconocimiento de facto de todas las anexiones y desposesiones que Israel ha perpetrado en territorio palestino, uno de los despojos más brutales de territorio que ninguna nación haya sufrido en la historia moderna. Y de esta forma se acerca más a la materialización del viejo y húmedo sueño sionista, esa corriente de acción y pensamiento supremacista que defiende el derecho exclusivo de los judíos a tener su propia nación desde el mar Mediterráneo hasta las orillas del río Jordán, que consideran parte de su historia ancestral y dan el nombre bíblico de Judea y Samaria.

Pero la realidad es que en esa extensión de tierra de 5.860 km2 viven casi 3 millones de personas de un pueblo milenario y ahora martirizado. Una extensión en la que Tel Avivi ha establecido más de 400.000 colonos, además de los 200.000 de Jerusalén este. Y que de materializarse la promesa de Netanyahu verían totalmente imposibilitado la creación de un futuro estado independiente propio.

Parece evidente que la promesa explosiva de Netanyahu viene favorecida por dos elementos. A saber: su necesidad de maniobrar electoralmente, ante unos comicios reñidos y cuando penden sobre su cabeza serias acusaciones de corrupción, para pescar el voto ultra, del sionismo más recalcitrante, el de los 600.000 colonos establecidos en tierra Palestina, y abrir las puertas a futuras alianzas de gobierno con los partidos más extremistas. Y, por otra parte, el envalentonamiento que siente tras los continuos regalos de su aliado y mellizo ideológico, Donald Trump.

El magnate y antiguo presentador de televisión convertido en presidente de la primera potencia mundial le ha ofrecido munición electoral con su salida del acuerdo nuclear iraní, el traslado de la embajada de EEUU a Jerusalén o, más recientemente, la legitimación del uso de la fuerza para el despojo y el botín territorial mediante el reconocimiento de la soberanía israelí de los Altos del Golán, territorio confiscado a Siria tras la Guerra de los Seis Días de 1967.

Y mientras tanto, la Comunidad Internacional, lejos de considerar inaceptable estas maniobras, este intercambio de favores entre élites belicistas, y condenar en los términos más enérgicos esta suplantación de los principios de la convivencia global, dan la callada por respuesta.

Saeb Erekat, el veterano ex negociador jefe palestino, hizo responsable de las políticas de Netanyahu a la Comunidad Interncional y especialmente a la administración Trump. «Israel es insaciable y no va a parar –declaró– en violar las leyes internacionales mientras el mundo siga premiándolo con la impunidad, mientras sigan teniendo ese apoyo. La violación de los derechos humanos y nacionales del pueblo de Palestino no tendrá fin».