Hay jueces que tienen por costumbre llamar a las partes y a sus abogados antes del inicio de las sesiones del juicio para tratar de llevarles a un acuerdo, con argumentos ciertos, como que es mejor que lleguen a un acuerdo que el que un tercero dicte una sentencia que puede dejar descontentas a ambas partes. El discurso suele iniciarse con la frase de que lo hacen sin ánimo de prejuzgar. Expuestas las posturas de cada bando, su señoría explica al demandante que tenga en cuenta que puede perder, los riesgos que corre, que no crea que tiene todos los triunfos en la mano y otras por el estilo. Esto suele servir para que el demandado crea apreciar que el/la juez/a esta de su lado y que el pleito es pan comido, momento que aprovecha para poner toda la carne en el asador dando la razón a lo ya dicho por el magistrado/a añadiendo sus argumentos para inclinar la balanza hacia su lado de forma definitiva. En ese momento suele oírse eso de «y a usted más le vale estar callado, que con la actitud que ha mantenido en este pleito, tampoco está para echar cohetes». Así se crea la inseguridad en los dos bandos haciéndoles ver que ambos pueden ganar, pero también perder, método que muchas veces da resultado y se llega a un acuerdo, aunque hay otras en que, tras un buen rato, no queda más remedio que celebrar el juicio porque las posturas son irreconciliables.Algo así parece deducirse de la sentencia que condena al fiscal general. No cabe duda de que la finalidad perseguida por las acusaciones era la condena del acusado para cercenar al «sanchismo», pero la defensa del ciudadano particular pretendía, además, aprovechar el viaje para conseguir la anulación de las dos causas que se siguen contra él alegando múltiples violaciones de sus derechos fundamentales, algo normal al ver la escora hacia su lado del TS, tanto durante la instrucción como en el juicio. Ahora desestiman esa pretensión: la pieza de caza mayor ya está cobrada y lo suyo es caza menor, y será juzgado por un tribunal ordinario. No todo el monte es orégano.