En 2013, el director británico Ken Loach grabó un documental titulado “El espíritu del 45”. En este trabajo, el cineasta, famoso por la temática social de sus películas, realizó un crudo análisis sobre la pobreza y desigualdad estructural de Gran Bretaña entre las dos guerras mundiales y, también, sobre los logros conseguidos al finalizar la II Guerra Mundial y descubrir los horrores y desastres humanitarios que causaron el nazismo y el fascismo. En el trabajo relata cómo, en décadas posteriores y hasta el año 2013, esos logros habían sido atacados hasta casi borrarlos. Hoy, diez años después de su estreno, se puede decir sin temor a equivocación que lo que se afirma en el documental es una realidad que, para la clase trabajadora, ha empeorado y mucho.Cuando Ronald Reagan y Margaret Thatcher llegaron al poder y emprendieron el «desguace del estado del bienestar», les dejamos hacer. El individualismo y la cultura neoliberal se hicieron más fuertes y empezamos a creer que la zona de confort que ofrecía la socialdemocracia era suficiente para mantener los derechos de luchas anteriores. Nos equivocamos y, como consecuencia de aquellas políticas, la crisis financiera del 2008 hizo realidad las colas del paro que ya solo se recordaban en la literatura de John Steinbeck o en otros films del propio Loach. Después llegó la austeridad impuesta por la UE, el BCE y el FMI. La rebeldía del pueblo griego abrió una puerta al cambio de poderes, pero la claudicación del Gobierno de Syriza ante la Troika tuvo un mensaje tan derrotista que la esperanza de la izquierda europea saltó por los aires para sostener el sistema. Se cambió el lenguaje y el centro del debate. Se bajó la guardia de clase y fuimos felices con las libertades individuales. No. Ni Trump, ni Milei, ni Netanyahu, ni el racismo desatado, ni el genocidio de Gaza, ni el rearme, ni las guerras, ni el fascismo nacen de repente con las ideas de un loco. Existen porque durante décadas se han alimentado con el miedo a pensar.